Seeking the Face of the Lord
A pesar de muchos obstáculos, Simon Bruté se ordena
Cuando el futuro obispo de Vincennes, el Dr. Simon Bruté, decidió que Dios lo había llamado a convertirse en sacerdote, su madre se opuso vehementemente a la idea. Lo mismo hicieron algunos de sus amigos. Después de todo, era un miembro distinguido de la profesión médica en Francia.
Su madre, por razones prácticas también, quería que ayudara a financiar los estudios de medicina de su hermano, Augustine. Finalmente pudo convencer a su madre de que debía responder a un llamado diferente y se devolvió a París justo cuando Augustine ingresaba al colegio de medicina. En noviembre de 1803, Simon comenzó sus estudios particulares como seminarista.
Las casas de formación religiosa y los seminarios estuvieron cerrados por 10 años, durante la Revolución Francesa. La escasez de una clerecía leal, era severa, y los jóvenes candidatos al sacerdocio respondían a la necesidad de ministerio de aquellos que habían permanecido leales. Los obispos reabrieron los seminarios diocesanos y en octubre de 1804, Simon ingresó al seminario de San Sulpicio, en París. En ese entonces se puso en contacto con el superior general de la Sociedad de San Sulpicio, Jacques-André Emery, uno de los líderes religiosos más enérgicos durante toda la Revolución, aun en prisión y bajo la amenaza de la guillotina.
La conexión de Simon con el padre Emery marcará el curso de su futuro. El superior general ya le había comunicado al primer obispo de Estados Unidos, John Carroll de Baltimore, que estaba dispuesto a enviar sacerdotes a Estados Unidos para fundar un seminario.
El futuro profesor del seminario comenzó sus propios estudios desconociendo el compromiso con el obispo John Carroll de Baltimore. Con su tendencia a ser un intelectual, Simon Bruté comenzó estudiando filosofía y teología. Sin embargo, pese a que era un intelectual natural, un sobrino le cita diciendo: “No vine al seminario para ser un intelectual, sino un santo.”
A los 25 años, el nuevo seminarista era el mayor de sus compañeros. De hecho, la mayoría de los seminaristas se ordenaban a su edad. Bruté también se diferenciaba de los demás candidatos al sacerdocio ya que era médico. Durante esta época reaparece el vínculo con Napoleón Bonaparte. Bonaparte, quien estaba apunto de ser coronado emperador, nombró a Bruté maestro de ceremonias del arzobispo cardenal de París. Si bien Simon no procuraba un ascenso, el nombramiento le proporcionó una remuneración que podía aportar para los gastos de la educación médica de su hermano.
Durante su carrera como seminarista Simon Bruté comenzó a construir una biblioteca por la cual se haría célebre en su futuro ministerio en Estados Unidos. La colección de libros sería lo único que realmente poseería.
La oposición de la señora Bruté a la vocación al sacerdocio de su hijo salió a flote nuevamente durante sus años de seminarista. Muchas veces durante este período trató de abogar para que el padre Emery intercediera por su hijo. La señora Bruté no podía renunciar a su convicción de que él sería un excelente médico y que ese era su destino.
El general superior sulpiciano convino en que Simon sería un excelente médico, pero le recordó que en ningún otro camino sería él tan útil como en el sacerdocio. Ella le dio la razón en ese aspecto, pero continuó con la esperanza de que quizás conseguiría un nombramiento que le permitiría que su talento médico floreciera.
Entretanto, Simon Bruté se debatía con preocupaciones vocacionales de diferente naturaleza. Estaba absorto en el deseo de convertirse en un misionario extranjero en India. Como tal, sus credenciales médicas constituirían un aporte muy valioso. También batalló con la posibilidad de convertirse en un sacerdote sulpiciano.
Finalmente, el 10 de junio de 1808 se ordenó como sacerdote. Se unió a los sulpicianos después de la ordenación y fue cedido a la diócesis de Rennes para enseñar en el seminario.
Justo después de su ordenación, Napoleón le ofreció al padre Bruté un nombramiento en la capilla imperial. Simon rechazó el nombramiento y una vez más se vieron frustradas las ambiciones de su madre para con su hijo sacerdote.
El superior sulpiciano de Simon, el padre Emery, estaba preocupado por el fervor del nuevo sacerdote, que evidentemente parecía excesivo en ciertas ocasiones. Le aconsejó al padre Bruté que fuera prudente al comienzo de su ministerio. No es de sorprender que el deseo de ser misionario continuara ejerciendo influencia sobre el padre Bruté.
Dos hechos de este período de la vida de nuestro primer obispo nos resultan también familiares hoy en día. No es poco frecuente que los padres desalienten a un hijo a dedicarse a su vocación al sacerdocio, y por razones que son similares a las de la señora Bruté. Sin embargo, no existe una oportunidad más estupenda para tocar la esencia más profunda de la vida de las personas que a través del ministerio en el sacerdocio.
Segundo, el fervor de los nuevos sacerdotes es refrescante y también mantiene joven a la Iglesia en nuestros días. No obstante, la sabiduría del viejo superior sulpiciano ayuda también en el camino a la santidad.
La próxima semana: Se realizan los sueños del padre Simon Bruté de convertirse en misionario, pero con un giro inesperado. †