Buscando la
Cara del Señor
El amor de los esposos como el amor de Dios por nosotros
Me sorprende con cuánta frecuencia recuerdo a mis padres.
Fallecieron desde hace años y sin embargo, fechas tales como sus cumpleaños y sus aniversarios de bodas todavía son especiales.
Mi madre y mi padre cumplían años en septiembre y por lo tanto pienso en ellos en esta época del año. Su aniversario de bodas era el 24 de octubre.
Les debo mucho porque mucho me dieron. Les debo la mayor gratitud porque me enseñaron a vivir la fe.
Demostraban mucho tanto con sus acciones como a través de lo que decían sobre Dios y la Iglesia.
Mi madre murió en julio de 1982, a pocos meses de que ella y mi padre pudieran celebrar sus bodas de oro. Me alegré mucho de que hubiéramos celebrado su aniversario número 40 por todo lo alto.
Todavía me hace gracia recordar que mi hermano y yo les regalamos un gran retrato de ellos que tomamos por aquella época. Era más grande de lo que esperábamos, tan grande que los avergonzó. Durante mucho tiempo mi madre guardó el retrato enmarcado debajo de la cama. Finalmente lo colocaron en la pared de la sala.
Durante los últimos dos años de su vida, mi madre estuvo confinada a una silla de ruedas. Mi padre se ocupaba de ella de día y de noche, bajo la cuidadosa supervisión de mi hermano y mi cuñada. Después de que ella se fuera resultó claro que su vida parecía estar vacía.
Recuerdo que un año después de que mamá muriera le pregunté a mi padre cómo se sentía. Me dijo que la extrañaba. Dijo que muchas veces se sentaba en la butaca y miraba el gran retrato colgado en la sala. Decía que le gustaba mirar la foto y recordar todas las bendiciones que habían compartido juntos. Mi padre pudo reunirse con Dios y con mi mamá en junio de 1996.
No creo que mis padres hayan sido muy distintos a todos los demás padres o abuelos. Al igual que los suyos, su historia fue la de un amor marital leal y generoso “en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe.”
La historia de nuestros padres se parece mucho a las historias de los suyos. Qué hermosa es la verdadera vida, el amor y la paciencia que se demuestran ustedes como esposos. Benditos sean por poder compartir juntos estos tiempos, especialmente en el ocaso de sus vidas, aun en la enfermedad.
Incluso más de lo que nosotros como sus hijos les digamos, sus vidas nos han tocado profundamente. Ustedes nos enseñan cómo vivir en un mundo imperfecto.
Y el amor de los esposos—independientemente de que sea imperfecto—¿no es acaso igual que el amor de Dios hacia nosotros? Y no es acaso cierto que independientemente de cuán destrozados estemos físicamente debido a un padecimiento, o incluso debido al pecado y la debilidad en nuestras vidas, sin importar cuán decaídos y enfermos estemos espiritualmente a veces, ante los ojos de Dios somos hermosos.
El amor conyugal verdadero y realista refleja el amor incondicional de Dios por nosotros. Un matrimonio fiel con sus altos y sus bajos, sus tristezas y sus alegrías es un sacramento del amor de Dios por nosotros.
En tiempos en los que tantos matrimonios se deshacen, sus vidas como casados resultan obsequios especiales. Al igual que ustedes tienen recuerdos amorosos de sus padres y abuelos, algún día ustedes también dejarán un legado de fe y amor a sus descendientes. Si los tiempos se ponen difíciles, quizás puedan consolarse en el hecho de que ustedes son un legado de esperanza para una cultura que busca aquello que es verdaderamente importante en la vida.
Aun en medio del sufrimiento y la enfermedad, los efectos que vienen con el pasar de los años, tal vez mucho más de lo que ustedes nunca sabrán, son testimonios silentes de fe y amor por todos nosotros.
Para aquellos que han sufrido la ruptura que acompaña al divorcio, o el dolor de la traición, quizás mientras tratan de mantener su fe también puedan ofrecer un testimonio especial para muchos otros que comparten su experiencia. El amor de Dios es para todos nosotros, especialmente en momentos de sufrimiento, tal vez incluso en nuestros momentos de fracaso.
Siempre que tengo la oportunidad me gusta alentar a los padres, especialmente a ustedes, los abuelos que están envejeciendo, ya sea que se encuentren solos o todavía acompañados, a continuar siendo un ejemplo de gente de oración.
Que Dios bendiga a las parejas que rezan juntas. Además de por sus hijos y familiares, recen por nuestra arquidiócesis y nuestros sacerdotes y todos aquellos que ayudan a llevar adelante la obra de Dios.
Recen por las vocaciones al sacerdocio y por la vida consagrada. Recen por aquellos que sienten que no tienen nadie que se ocupe de ellos. En el ministerio de nuestra Iglesia nada es más poderoso que la oración.
No tiene que ser una oración complicada o impuesta. Nosotros simplemente lo hacemos y el Espíritu Santo la convierte en algo hermoso.
Rezar en cualquier circunstancia edifica nuestra confianza en Dios. †