Buscando la
Cara del Señor
La sencillez y la confianza son el alma de la ordenación en el ministerio
La semana pasada ordené a un excelente grupo de candidatos al sacerdocio en el diaconato de transición en Saint Meinrad.
Dos de los nuevos diáconos, Rick Nagel y Randy Summers, son de nuestra arquidiócesis. Ese mismo día Tom Kovatch se ordenó como diácono de nuestra arquidiócesis en el Seminario Mundelein en Chicago.
Estos compañeros han pasado mucho tiempo preparándose para su ordenación en el ministerio.
Proclamar la Palabra de Dios y el ministerio de la caridad serán el alma y el área de concentración de su ministerio como diáconos.
Como ministros del altar proclamarán el Evangelio, prepararán el sacrificio y administrarán el cuerpo y la sangre del Señor a la comunidad de fieles. Bautizarán; pueden ayudar en los matrimonios y bendecirlos; pueden ungir a los enfermos y celebrar ritos de sepelio. Llevarán a cabo obras de caridad en el nombre del obispo y del pastor local. El próximo junio, con el favor de Dios, nuestros diáconos se ordenarán como sacerdotes.
“Id”—dijo Jesús mientras mandaba a sus discípulos de dos en dos—“mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias...En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa.’ ” (Cf. Lc, 10).
Siempre me han intrigado las instrucciones particulares que Jesús les dio a los discípulos cuando los enviaba. Creo que los detalles específicos pueden resumirse en dos palabras: sencillez y confianza.
La sencillez para un diácono o sacerdote, o para un obispo, es mucho más que la simpleza material. Significa tener un corazón y una mente pastoral abierta y obediente al Espíritu Santo. Significa obediencia a aquellos por medio de los cuales se comunica el Espíritu. Significa un diácono, un sacerdote o un obispo que esté dispuesto a mover alma y corazón a donde quiera que esté la gente.
El Papa Juan Pablo II dijo una vez: “Donde está la gente, allí está el santuario de Jesús.” Es allí donde pertenecen los diáconos, sacerdotes y obispos. En una palabra: sencillez significa desapego por el bien del pueblo de Dios.
La verdad es la otra parte del equipo de viaje de los ministros ordenados. Como diáconos, sacerdotes y obispos estamos llamados a confiar en el Espíritu Santo quien nos guía. El Espíritu Santo guió a Jesús al ministerio público en el desierto. El Espíritu Santo guió a Jesús a la victoria sobre el pecado y la muerte en la Cruz. Los diáconos, sacerdotes y obispos también pueden ser guiados a vivir un ministerio fructífero en el desierto y en la cruz.
Asimismo, confiamos en la bondad del pueblo de Dios. El Espíritu Santo nos habla por medio de la gente que servimos. Y Jesús nos hace saber, ciertamente, que algunos nos decepcionarán, pero de muchas formas les dijo a los discípulos que siguieran adelante.
La promesa de obediencia del diácono a su obispo y a sus sucesores es la expresión de la confianza en Dios. Para algunos, esta promesa puede verse como una restricción de la libertad del diácono. En realidad, podemos ver la obediencia como una liberación de la ambición y el egoísmo. Purifica los motivos. En la fe, los diáconos, sacerdotes y obispos, se dan cuenta de que la promesa de la obediencia nos hace libres en las manos de Dios, nos pone a su disposición y la de aquellos a los que servimos.
Los nuevos diáconos prometieron vivir sus vidas en el amor apostólico y en la castidad del celibato. Desde la perspectiva humana el alma de nuestra eficiencia en el ministerio es el grado en el cual podemos amar a aquellos que servimos.
Los diáconos, sacerdotes y obispos dicen “no” a sí mismos en su ordenación y “sí” a otras personas. Para asegurarlo, en la esencia del celibato hay sacrificio, pero es un sacrificio que hace que el ministerio sea poderoso. Ofrecemos un amor de sacrificio como símbolo de nuestra dedicación interior a Cristo y nuestra disposición especial de servir a Dios en nuestra familia humana.
¿Por qué? Sin ir más allá, observemos la persona de Cristo que fue célibe. El carisma del celibato es el misterio del amor de Dios en acción, al igual que lo fue en Cristo: forma parte de esa paradoja divina en la que debemos morir para poder vivir.
Nuestros diáconos prometieron rezar por la Iglesia, en su nombre y con ella. Prometieron rezar la Liturgia de las Horas. La oración con la Iglesia y por ella es un ministerio y es pastoral en el sentido más profundo. Jesús rezaba esos mismos salmos. Amamos como lo hizo Jesús y rezamos como él lo hizo.
El Papa Pablo VI escribió: “El mundo está clamando por evangelizadores que le hablen de un Dios a quienes los evangelizadores deberían conocer y estar familiarizados, tal y como si pudieran ver lo invisible.” (n. 76)
Esa capacidad de ver lo invisible sucede en la oración. La fidelidad en la oración con Jesús es el hilo de oro de la vida de los ministros ordenados. †