Buscando la
Cara del Señor
Anhelamos sin demora, pero el Adviento significa esperar por aquello que vale la pena
Mientras esperamos un vuelo en el aeropuerto es común observar personas hablando y gesticulando animadamente, aunque claramente no están hablando entre sí, ni con nadie junto a ellas.
He observado a la gente en la caja registradora del supermercado conversando, pero no con el cajero ni con nadie más en la fila. Antes me intrigaba, pero ahora me doy cuenta de que estas personas llevan un audífono para el celular casi imperceptible; casi no puede verse ni aun de cerca.
No hay duda de que la comunicación inalámbrica ha facilitado enormemente las cosas para muchas personas, incluyéndome. Pero me pregunto si la velocidad y la facilidad de acceso no traerán también consigo algunos peligros.
Los mensajes de texto se envían a la espera de respuestas instantáneas. La tecnología es una maravilla, pero, como señala un amigo, la expectativa de la instantaneidad hace que los motores de cada uno de nosotros se aceleren unas cuantas miles de revoluciones más, agregando más presión a nuestras vidas ya sobrecargadas. La comodidad debe estar complementada por un espacio para descanso y solaz.
En segundo lugar, las comunicaciones inalámbricas producen la desafortunada consecuencia de distraer nuestra atención del lugar donde nos encontramos en un momento determinado, transportándonos a lugares remotos. Hablamos y gesticulamos al aire, y hacemos planes de larga distancia con personas invisibles en tanto que ignoramos a las personas que se encuentran junto a nosotros. La comodidad también necesita un antídoto contra el individualismo.
A este respecto, sostengo que los efectos de la comunicación inalámbrica instantánea pueden acarrear perniciosas secuelas espirituales.
Estos pensamientos me saltan a la cabeza mientras reflexiono sobre el significado del Adviento, la temporada litúrgica que iniciamos el fin de semana próximo. El Adviento tiene que ver con la presencia y la espera.
En una de sus enseñanzas el Papa Benedicto XVI nos recuerda que “Adviento” es una palabra del latín que se traduce como “presencia” o “venida.”
En la literatura antigua la palabra hacía referencia a la presencia venidera de una personalidad importante, como por ejemplo un rey; o bien se aplicaba a la aparición de una deidad. La palabra adaptada a nuestra experiencia litúrgica cristiana se refiere al “nuevo” comienzo de la presencia del verdadero Dios en nuestro mundo y de la abundancia venidera.
Y de este modo celebraremos la venida del Hijo de Dios en Navidad. El nacimiento de Jesús en Belén es una celebración anual de una “nueva” presencia de Dios entre nosotros. Pero todavía esperamos la plenitud de la venida de Dios en el fin del mundo, cuando Cristo vendrá de nuevo con gloria para guiarnos a la casa del Padre.
Celebramos al “Dios entre nosotros” aunque esperemos y anticipemos la venida final.
Un aspecto importante del Adviento es que constituye una espera repleta de esperanza. La celebración del Adviento de la Iglesia nos ayuda a entender el significado de la dimensión exclusivamente cristiana del tiempo en este mundo.
El Papa Benedicto ha señalado: “La espera en sí misma se torna una carga demasiado pesada para llevar, cuando no podemos estar seguros de que verdaderamente habrá algo que esperar.” Él sabe que buena parte de la experiencia humana de la vida se relaciona con la espera. Siempre anhelamos tiempos mejores. La espera con una esperanza cristiana marca toda la diferencia.
Sin embargo, en nuestro mundo de mensajes instantáneos, cada vez tenemos menos paciencia para esperar tiempos mejores. Esto nos puede llevar a distraernos en la búsqueda de una gratificación más instantánea en el terreno material. ¿Qué hago si Dios no parece responder mis oraciones con la rapidez que yo desearía? ¿Qué sucede si cuando rezo siento que estoy hablando al aire y me pregunto si habrá alguien escuchando?
Sugiero que mientras comenzamos la temporada optimista del Adviento y esperamos con ilusión la maravilla de la Navidad, evaluemos nuestra disposición a aceptar el concepto cristiano de la espera paciente. Por supuesto, esto implica que creamos en Dios y que nuestro motivo de esperanza esté depositado en nuestra creencia en Jesús quien ya ha estado entre nosotros.
Es en la Eucaristía, más que en ningún otro lugar o momento, donde Dios se hace presente entre nosotros y se entrega a nosotros por medio de su Hijo. Nada puede construir y fortalecer nuestra fe y esperanza como la asistencia frecuente a la misa. Y los exhorto a que busquemos descanso y solaz de la presión de este mundo acelerado ante los sagrarios de nuestras iglesias parroquiales y capillas de adoración.
La lección del Adviento que debemos aprender es un mayor entendimiento de que no esperamos a Dios porque esté lejos. Lo esperamos porque está cerca, aquí, en muchas más formas de las que podemos enumerar.
Si realizamos la conexión de la fe, sólo tenemos que observar, escuchar, fijarnos en quienes nos rodean y ponernos a Su disposición.
La paciencia y la paz del Adviento no están nada lejos. †