Buscando la
Cara del Señor
La caridad nos exige ocuparnos de aquellos que no conocemos
(Quinto de una serie)
"Estabas allí cuando alguien cargó la cruz sin saber?"
Cuando Simón Cirineo fue obligado a ayudar a Jesús a llevar la Cruz, probablemente no sabía a quién estaba ayudando.
Esta quinta estación del Vía crucis nos invita a detenernos en oración para observar a Simón siendo seleccionado brutalmente para el papel de ayudante de Jesús.
No tenía idea de a quien había sido compelido a ayudar y así tenemos ante nuestros ojos la realidad de que la caridad es para todos, incluyendo aquellos a los que no conocemos. Esta estación del Vía crucis también dirige nuestra conciencia hacia el llamado a la caridad cuando no hemos elegido hacerla.
La tradición nos explica que Simón era un labrador de camino a casa después de un día de trabajo en el campo. Debió haberse preguntado “¿por qué yo?” y cómo la fatalidad le habría deparado en suerte estar justo en el momento cuando este criminal desconocido necesitaba ayuda con su cruz.
No sabemos con seguridad pero, aparentemente en algún punto del camino hacia el Calvario, Simón debió haberse convertido en un ayudante no muy entusiasta, pero sin embargo deseoso de ayudar. Parece que la dinámica de la actitud de Simón debió haberse convertido en “por supuesto que voy a ayudar.”
Creemos que tuvo un cambio de opinión porque vemos luego en las escrituras que los hijos de Simón, Alejandro y Rufus se convirtieron en discípulos de Cristo y se les representa como miembros activos de la comunidad cristiana. Simón fue obligado a un acto de caridad y la divina providencia permitió que se obrara una conversión que llegó incluso hasta sus hijos.
La reflexión en oración nos dice que aunque una persona inicialmente no lo sepa, puede ser participante íntimo de la pasión de Jesús sin involucrarse personalmente.
Pienso que hay ocasiones en las cuales uno puede sentirse como si fuese Simón Cirineo. No es inusual que nos encontremos en una situación cuando nuestra conciencia nos dicta que debemos ayudar a alguien a quien no conocemos.
Este es el caso, por ejemplo, cuando se nos pide que ayudemos a los indigentes con limosnas. Este es el caso cuando se nos pide que ayudemos a los pobres a quienes servimos en nuestras misiones en algunas de nuestras parroquias o escuelas rurales o del interior de la ciudad. La caridad es para todos y a menudo para aquellos a quienes no conocemos, especialmente los pobres.
Se me ocurre que Simón Cirineo también podría verse como un patrono de quienes brindan cuidados de salud. La mayoría de las personas que trabajan en el área de la salud realmente no escogen sus pacientes. Se espera de ellos que brinden ayuda a cualquier persona, incluso bajo circunstancias difíciles.
Pienso en quienes están involucrados en hospicios y quienes sirven como enfermeros en centros oncológicos. Pienso especialmente en aquellas personas que día y noche brindan atención en las salas de emergencia de nuestros hospitales.
Las madres y los padres que atienden a sus hijos. No sólo se ocupan de la atención y necesidades físicas de sus hijos, sino también de su educación. Se ocupan de las necesidades inesperadas de sus hijos por encima de sus trabajos diarios.
Y eventualmente, a medida que pasan los años, sus hijos e hijas asisten a sus padres cuando envejecen y enferman. También saben que las necesidades inesperadas que trae consigo la vejez se convierten en un llamado a la caridad que no estaba previsto.
La historia de Simón Cirineo es una dramática ilustración de que la caridad raramente está programada en la agenda. La mayoría de nosotros desea verdaderamente vivir una vida de caridad cristiana pero, para ser honestos, la mayoría de las veces nos gustaría programar el llamamiento de acuerdo a nuestra conveniencia. Por ello me concentro en el aspecto inesperado de la caridad como un reto que demanda un corazón abierto que posibilite la ayuda de la gracia de Dios.
Hice alusión anteriormente al reto del llamado a la caridad hacia los desconocidos y los que no vemos. La mayoría de nosotros de buena gana aceptaría el inconveniente que signifique ayudar a un amigo o un miembro de la familia que lo necesite.
No estamos tan bien dispuestos para hacer ese esfuerzo adicional por una persona “anónima” que lo necesite. Sin embargo, cuando Jesús nos enseñó que todos somos hermanas y hermanos, amplió el concepto de familia.
Sólo necesitamos reflexionar en la historia del Buen Samaritano que brindó atención a la víctima de un robo en la carretera. Sólo necesitamos reflexionar en la caridad de la viuda pobre que puso todo cuanto tenía en la ofrenda en el Templo.
La lección que podemos refrescar cuando oramos en la Quinta Estación de la cruz es nuestra disponibilidad para aceptar el llamado a la caridad inesperada, caridad para todos.
Nuestro reto como cristianos es continuar tratando de vencer el egoísmo natural que nos empuja a esquivar las oportunidades que no elegimos para ayudar a nuestros vecinos desconocidos.
Dios bendijo a Simón Cirineo. También nos bendice a nosotros. †