Buscando la
Cara del Señor
Jesús nos llama a recorrer el camino de la fe junto a él
Nos acercamos a la cuarta semana de la Cuaresma y es el momento oportuno para hacer un recuento de nuestra jornada hasta ahora.
El camino a la Pascua es un sendero de fe con dádivas especiales. Es el preludio del excelso acto de fe y la culminación de una travesía al arribar a los grandes sacramentos de la Pascua durante la solemnidad pascual.
La fe es un don de Dios que nos concede conocimientos sobrenaturales. Muy acertadamente nos referimos a la Cuaresma como un camino que sólo podemos recorrer porque Dios nos ama. ¿Cuál es, pues, nuestra actitud a medida que transcurre tan rápidamente este valioso tiempo de gracia especial?
Una de las travesías religiosas más famosas de todos los tiempos fue el éxodo del pueblo judío que escapaba de la esclavitud en Egipto. ¿Recuerdan las historias de los israelitas viajando por el desierto?
El rabino Lawrence Kushner comenta que el pueblo judío considera la división del Mar Rojo durante ese recorrido como uno de los milagros más grandes que el Señor jamás haya obrado. Y prosigue a contar la historia de dos hombres, Reuven y Shimón, cuya experiencia con respecto a la división del mar fue distinta.
Escribe: “Aparentemente el fondo del Mar Rojo, si bien era apto para el cruce, no estaba completamente seco sino un tanto lodoso, como la playa al bajar la marea. Reuven lo pisó y arrugó la cara. ‘¿Qué es este estiércol?’ Shimón frunció el ceño: ‘¡Hay lodo por todas partes!’ ‘¡Se parece a los pozos de cieno de Egipto!’, respondió Reuven. ‘¿Y qué diferencia hay?’, espetó Shimón. ‘El lodo de aquí, el lodo de allá; es todo lo mismo.’
“Así ambos continuaron marchando y refunfuñando durante todo el camino por el fondo del mar. Y ya que ni siquiera una vez alzaron la vista, nunca lograron entender por qué en la distante orilla todos cantaban cánticos de alabanza. Para Reuven y Shimón el milagro nunca ocurrió” (God Was In This Place, and I, I Never Knew, [Dios estaba este lugar y nunca lo supe] p. 27).
El Señor dividió el Mar Rojo, pero nunca lo vieron. Debido a que nunca alzaron la mirada con los ojos de la fe, Reuven y Shimón nunca vieron el formidable milagro del Señor.
Para nosotros como cristianos, el mayor milagro es el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Cristo se entregó por nosotros en la cruz y se levantó de entre los muertos. Eso es lo que anticipamos durante la época de la Cuaresma y nuestro camino hacia la Pascua.
El viernes santo, cuando alcemos la mirada a la cruz con los ojos de la fe, ¿acaso veremos en esa cruz el milagro del amor de Dios por nosotros? Qué triste sería recorrer el sendero de la vida y no alzar la vista con los ojos de la fe para ver el inmenso amor de Dios que nos rodea.
Resulta conveniente darnos cuenta de que, efectivamente, debido a que celebramos el llamado que Cristo nos ha hecho, y elegimos aceptarlo, se trata de algo mucho más grande que nuestra propia decisión personal. A través de la Iglesia Jesús nos llama a acompañarlo en el camino de la fe como sus discípulos.
¿Qué pide Cristo a sus discípulos? En los Evangelios encontramos que un discípulo es aquel que comprende, que mira y observa, y que escucha y absorbe el espíritu de Jesús.
Un discípulo busca el Reino del Cielo. Un discípulo está empapado de la tradición y del Evangelio. Un discípulo se toma a pecho las palabras de Jesús: “Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mc 3:35).
Un discípulo se preocupa por los marginados y relegados, por los pobres y los enfermos, aunque tal vez no se dé cuenta de que al hacerlo, es a Jesús a quien ama en los menos afortunados de nuestros hermanos. La lealtad primordial de un discípulo es para con Cristo. En resumen, un discípulo es alguien que sigue libremente el camino de Jesús.
Para que no temamos ante estas palabras tan intimidantes, Jesús nos consuela con otras palabras. Nos dice que ha venido a curar a los enfermos y a buscar a las ovejas extraviadas. A los discípulos los conmueve la compasión de Jesús.
Jesús comenzó su ministerio público con una enseñanza sencilla y directa: “arrepentíos y creed en el evangelio” (Mc 1:15). Es la llamada fuerte y clara que escuchamos el Miércoles de Ceniza.
A medida que iniciamos la cuarta semana de la Cuaresma, debemos recordar que se nos ha entregado una gracia especial que nos permite alejar nuestros corazones del pecado y caminar con Jesús como sus discípulos y amigos.
Quizás debemos brindar asistencia a nuestros compañeros de viaje en el camino a la Eucaristía pascual de una forma más intencional y renovar nuestra profesión de fe bautismal.
Después de todo, tenemos el privilegio de formar parte de una procesión de fe, no solamente hacia los sacramentos pascuales, sino también en el camino de regreso a la Casa del Padre. †