Buscando la
Cara del Señor
Recordemos a nuestros ancestros en las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos
En ocasiones, cuando pienso acerca de todos los santos y almas benditas que han partido antes que nosotros, pienso en algunos a quienes desearía haber conocido.
Una de esas personas es mi abuela Blessinger, la mamá de mi mamá. Debió ser una mujer verdaderamente extraordinaria. Murió de una enfermedad viral cuando mi mamá tenía 9 años. Al escuchar los relatos que cuentan sus 12 hijos, tengo la impresión de que debió ser formidable.
A comienzos del siglo XX, pese a las austeras condiciones de pobreza, tres de sus hijos se las ingeniaron para convertirse en maestros. Dos de ellos fueron mujeres a quienes la cultura de la época raramente las alentaba a ello. Durante sus años como universitaria, mamá jugó baloncesto, lo cual ciertamente no formaba parte del perfil de las muchachas de su época.
Lo que resulta más impactante con relación a la influencia de la abuela Blessinger era su sólida orientación religiosa de la familia Blessinger. Varias mujeres se convirtieron en hermanas religiosas y dos nietos se hicieron sacerdotes. Nunca he sabido mucho sobre los dos muchachos mayores de su familia, pero sé que las chicas y el tío Adam se tomaban su fe muy en serio.
Los nietos hemos escuchado en repetidas ocasiones relatos sobre los tiempos en que la abuela y algunas de las chicas caminaban un par de millas hacia Jasper para asistir a la Misa. Durante el trayecto la abuela rezaba el rosario. Esto era en una época anterior a que se popularizara la devoción del rosario.
Existe una carta de 1915 de la abuela traducida toscamente del alemán al inglés. Cito el texto traducido por mi madrina, Agnes Blessinger Stenftenagel:
Querido esposo e hijos:
Deseo escribirles una carta de recuerdo, pues quizás tenga que partir pronto.
He sufrido muchos días y noches de dolor hasta que el buen Señor tenga a bien llamarme a otra vida distinta y mejor, donde espero que todos volvamos a reunirnos. Sin embargo, requiere mucha paciencia soportar todo lo que la vida nos depara.
Espero que todos sigan siendo buenos chicos y se ayuden mutuamente cuando lo necesiten. Allí donde habita la alegría, habitan las bendiciones. Y acaso nuestro Querido Señor no nos bendice cuando estamos necesitados.
Espero que nunca olviden a sus padres, aunque sus ojos ya no puedan verles.
Los ofrezco al Señor para que Él no los desampare, a ti, mi querido esposo y a ustedes mis queridos hijos, aunque yo tenga que hacerlo.
Les deseo a todos una muerte benigna y una llegada santa al cielo, para ti mi querido esposo, hijos, amigos y benefactores, y un feliz encuentro cuando ya nada produzca dolor.
Debemos prepararnos para la muerte todos los días, como si se tratara del último, y que cuando nos sobrevenga la difícil muerte, podamos decir Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Solía preguntarme si la abuela Blessinger realmente escribió esa carta. Pero conociendo a la tía Agnes, no creo que la haya inventado. En cualquier caso, forma parte del acervo de la familia Blessinger.
Como les comentaba, la abuela Blessinger fue una mujer extraordinaria como madre de 12 hijos en tiempos difíciles. Ejerció una sorprendente influencia religiosa sobre sus hijos y dicha influencia se ha transmitido fielmente a sus nietos. Espero y rezo para que nuestra generación transmita la fe católica y el sentido de la religión a nuestros descendientes.
Las fiestas de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos nos brindan una oportunidad para rememorar a nuestros ancestros y para reconocer nuestros motivos para celebrarlos e imitarlos. Y si hay algunos que creamos que todavía necesitan nuestras oraciones para poder completar la purificación de sus almas, también a ellos los recordamos con cariño.
No muchas diócesis ni arquidiócesis de Estados Unidos pueden declarar que tienen un santo canonizado dentro de sus fronteras. La madre Theodore Guérin, fundadora de las Hermanas de la Providencia en Santa María de los Bosques, nos pertenece. Ella tuvo mucho que ver con la difusión de la fe en nuestra parte del mundo. Prefiero pensar que continúa cuidándonos aquí en Indiana.
Y tenemos una esperanza afectuosa de que algún día el obispo Simón Bruté será beatificado y canonizado. Él fue nuestro primer obispo, quien cayó enfermo a consecuencia de sus esfuerzos por evangelizar a los católicos dispersos del siglo XIX.
Hoy en día, hombres y mujeres que pasan desapercibidos, como mi abuela, continúan mostrándonos el camino. La Fiesta de Todos los Santos también es para ellos. Y ciertamente durante la Fiesta de los Fieles Difuntos todos dedicamos unos momentos para rezar con afecto por nuestras madres, padres y demás parientes que hayan fallecido.
Y recomiendo que oremos por aquellos que han fallecido y que no tienen a nadie que los recuerde, aquellos que han sido olvidados o que murieron solos.
Ellos pertenecen a nuestra familia humana y merecen que los sorprendamos como personas que se preocupan. †