Buscando la
Cara del Señor
La Cuaresma es el momento para continuar fielmente en el camino a la conversión
En la Liturgia de las Horas hay una lectura que capta mi atención. Es del Capítulo 6 del Libro de Jeremías.
“Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por los senderos antiguos cuál es el buen camino, y andad por él; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Jer 6:16). Se encuentra en la oración de la tarde para el sábado de la segunda semana de la Cuaresma.
Al orar con esta lectura hallo motivación para confiar en la sabiduría sagrada del pasado. Este pasaje me impacta especialmente porque me dice mucho sobre la labor de ser católico y cristiano en la época en que vivimos.
La conversión y el compromiso con la forma de vida cristiana es una labor ardua. Se requiere paciencia y voluntad para confiar en Dios y en aquellos que nos han transmitido la fe.
Hoy en día detecto una creciente tendencia en ciertos caminos espirituales que temo que pueda confundir a algunas personas. Existe mucho interés en la sanación y en la salvación, lo cual ocupa un cierto lugar en nuestra tradición católica, pero no de la forma “instantánea” que percibo que algunas personas procuran. ¿Qué quiero decir con esto?
Durante la época de la Cuaresma se nos invita a alejarnos del pecado y a regresar al Evangelio. Algunas personas, quizás la mayoría de nosotros, encuentra que alejarse del pecado es una invitación difícil de cumplir, especialmente si el pecado tiene la forma de un hábito fuertemente arraigado. La solución que generalmente se busca es una suerte de curación mágica que obra como una cura liberadora y por consiguiente “todo estará bien”.
Es decir, existe el deseo y la esperanza de poderse ahorrar la ardua labor de la conversión.
Para la mayoría de nosotros la conversión no funciona así. El arrepentimiento exige un compromiso de nuestra parte.
La conversión es un compromiso con una forma de vida, la vida del Evangelio. En términos generales, no se trata de algo que ocurre en una fracción de segundo. Debemos estar dispuestos a recibir la gracia misericordiosa de Dios, lo cual va acompañado de la convicción de hacer penitencia, enmendarnos y la promesa de intentar no volver a hacerlo: una tarea que no es fácil si no tenemos la intención de seguir el camino de Jesús.
La misericordia de Dios es Su característica más importante y se dispensa libremente. No obstante, para que podamos hallar el perdón sanador, debe existir un verdadero intercambio de amor entre nosotros y nuestro Padre misericordioso.
¿Acaso creo en el inicuo, en Satanás? Por supuesto. ¿Acaso creo en la posesión del inicuo? Sí, pero en mi experiencia la posesión satánica es un fenómeno extremadamente inusual.
Un exorcismo auténtico tal vez sea fascinante, pero es un remedio infrecuente aunque necesario. Debe aplicarse con extremada prudencia, discreción y oración.
Ni el exorcismo ni el fenómeno de la salvación son fórmulas mágicas para eludir la conversión del Evangelio y el arrepentimiento.
Para la mayoría de nosotros el camino a la sanación y la santificación supone pasar por la ardua labor de la conversión y del compromiso, y evitar las ocasiones pecaminosas. Hemos sido creados con intelecto y libre albedrío. ¿Acaso resulta sorprendente que debamos aplicarlos en esta travesía de fe?
Hablo sobre la conversión y la búsqueda de nuestra santificación como tareas difíciles, pero también está la otra cara de la moneda. Jesús proporcionó a su Iglesia el don de los sacramentos para ayudarnos en el camino de la fe. Las gracias de los sacramentos nos nutren y nos brindan la ayuda que necesitamos para sortear nuestro sendero a través del materialismo y el secularismo que plagan nuestra cultura.
Sin los sacramentos malamente podríamos esperar avanzar. Debemos aprovechar los dones sacramentales que Jesús conquistó por nosotros con su muerte. Supongo que en cierto modo algunos consideran todo esto como una ardua labor, pero los frutos ciertamente valen todo el esfuerzo.
La Cuaresma nos proporciona una nueva oportunidad para acoger la fidelidad comprobada de los senderos antiguos sobre los cuales escribió Jeremías. Quizás debemos rezar para tener la paciencia de “pararnos en los caminos y mirar, y preguntar por los senderos antiguos cuál es el buen camino, y andar por él.” Tal vez debamos renovar nuestra convicción de que así hallaremos el descanso para nuestras almas.
La plegaria que concluye la oración de la tarde del sábado de la segunda semana es la siguiente: “Señor, transforma la paz por la que oramos en una realidad; que vivamos nuestros días en júbilo apacible y, con la ayuda de las oraciones de la Virgen María, que lleguemos a salvo a Tu reino. Concédenos esta gracia por Cristo nuestro Señor.”
Quizás la fe no sea en sí una ardua labor, sino la convicción de permanecer fieles y firmes a lo largo de todo el camino.
Para eso necesitamos la Iglesia y a través de ella encontramos fortaleza en Jesús y en el Padre. †