Buscando la
Cara del Señor
El obispo es un humilde siervo de la unidad de la Iglesia
Tal como mencioné hace dos semanas en mi columna, también he recibido numerosas solicitudes del texto de la homilía de la ordenación episcopal del obispo Charles C. Thompson, como nuevo pastor de la Diócesis de Evansville.
A continuación presento la Parte 1 de su Instrucción.
Instrucción -
Parte 1
Gracias, obispo Thompson, por decirle “sí” al Santo Padre.
Gracias a tus padres, Joyce y Coleman, y a tu familia por apoyar y fomentar tu vocación sacerdotal durante estos últimos 25 años. Hermanos y hermanas, demostremos nuestro agradecimiento a la familia Thompson.
Joyce, Coleman, familiares y amigos del obispo electo Thompson, arzobispo [Joseph E.] Kurtz, arzobispo [Thomas C.] Kelly, obispo [Gerald A.] Gettelfinger, hermanos obispos, hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos consagrados, hermanas y hermanos en Cristo:
Cuando ordenamos un sucesor de los Apóstoles, no podemos evitar recordar a los Doce originales, especialmente en esta festividad de San Pedro y San Pablo.
Ellos vertieron su sangre por amor a Jesucristo y a la comunidad de feligreses. Sus vidas fascinantes y variopintas representan un maravilloso testimonio de que Dios hace cosas extraordinarias por nosotros a pesar de la pobreza de nuestra humanidad.
Mi predecesor, el arzobispo Edward T. O’Meara solía decir: “¿Acaso no es maravilloso todo lo que Dios logra a pesar de nosotros mismos?”
Reflexionando acerca de la dignidad de obispo y del oficio del sacerdote en su carta apostólica sobre la formación sacerdotal, el beato Papa Juan Pablo II cita a San Agustín, en una ocasión en la cual se dirigía a los obispos, con motivo de la conmemoración del martirio de San Pedro y San Pablo siglos atrás.
San Agustín dijo: “Somos tus pastores, en ti recibimos sustento. Que Dios nos conceda la fortaleza para amarte hasta el extremo de morir por ti, ya sea en hechos o en anhelo.”
Al reflexionar sobre la sucesión del obispo electo Thompson dentro de la tradición apostólica, observamos el lugar que le corresponde como sucesor del arzobispo Kelly, pasando por el difunto cardenal Joseph Bernardin hasta el papa San Pío X, e incluso retrocediendo hasta el siglo XV.
Esto resulta una idea maravillosa para el obispo electo Thompson quien, en una entrevista del Courier-Journal de Louisville, como joven seminarista, comentó que: “Se le ocurrió ir a St. Meinrad y probar con el seminario.” Evidentemente esa cita me llamó la atención y admití que debe pretenderse mucho más que un mero intento.
Para ser justo con el obispo Thompson, se entregó a la formación sacerdotal con un corazón abierto y pleno, y culminó el programa con todos los honores. Hermanos y hermanas, les presento a su obispo electo Thompson.
Arzobispo Kurtz: tengo plena confianza en que el obispo electo Thompson será un orgullo para Louisville y Evansville. A los seminaristas, permítanme asegurarles que su nuevo obispo esperará cosas positivas de ustedes.
En ocasiones se nos pregunta: “¿Cómo es ser obispo en esta época? ¿Qué hace falta para serlo?”
Un obispo debe ser fuerte. El obispo es un mártir, no en el sentido de lamentarse de sí mismo, sino en el sentido original de la palabra griega. Es un testigo, al igual que Pedro, que expresa con su propia vida “¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Vivo!”. (Mt 16:16).
En un mundo secularizado que cree sólo en aquello que ve, obispo Thompson, serás un testigo del misterio, mediante tu consagración y tu obra.
La vida misma y la identidad de un obispo—y de los sacerdotes—están enraizadas en el orden de la fe, el orden de aquello que no se ve y no en el orden de los valores seculares.
Y por consiguiente, el reto de ser un líder espiritual y moral en una sociedad secular es grande.
Por encima de todo, esto significa que nuestras propias vidas dan testimonio de que nuestra familia humana necesita a Dios en un mundo en el que frecuentemente se cree otra cosa.
Los obispos y los sacerdotes son sacramentos visibles del sacerdocio de Jesucristo en un mundo que necesita ver, escuchar y tocar a Jesús y ya no está seguro de poder hacerlo.
Obispo, me has escuchado decir más de una vez que nuestro primer deber como sacerdotes es ser hombres de oración. Tu patrono, san Carlos Borromeo, dijo: “Mis hermanos, deben darse cuenta de que para los hombres de la Iglesia nada es más necesario que la meditación. Cuando administren los sacramentos, mediten sobre lo que están haciendo. Cuando celebren la Misa, reflexionen acerca del sacrificio que están ofreciendo. Cuando recen el oficio, piensen en las palabras que están pronunciando y en el Señor al cual le hablan. Cuando se ocupen de la gente, mediten sobre la sangre del Señor que los ha lavado. De esta forma, todo lo que hagan se convierte en una obra de amor.”
En un mundo dividido, obispo, serás un siervo de la unidad, junto con los sacerdotes de la Diócesis de Evansville.
Por la gracia de Dios construimos la unidad y la comunión de dos formas: unidad en la fe de la Iglesia y unidad en la caridad de Cristo.
Un obispo es un humilde siervo de la unidad de la Iglesia. Sin la humildad no se puede servir. Sin humildad no es posible construir una comunidad. En una nota en ocasión de mi aniversario de plata como sacerdote, la beata Madre Teresa de Calcuta escribió: “Sé humilde como María y llegarás a ser santo como Jesús.”
En un mundo en el que muchos no conocen a Cristo, obispo, serás el maestro principal de la Diócesis de Evansville, personificando a Cristo el Maestro. †