Buscando la
Cara del Señor
Los festejantes de bodas de oro demuestran que el amor verdadero tiene sus raíces en Dios
Para la mayoría de las personas que salieron o andaban por ahí el domingo pasado por la tarde, o para aquellos que estaban de compras o jugando al golf, por ejemplo, la tarde transcurrió como cualquier otra tarde de domingo septembrina.
Entonces, tal como ahora, en Indianápolis o en cualquier otra población o comunidad de nuestra arquidiócesis, o en cualquier otro lugar del mundo, había personas, jóvenes o mayores, ricas o pobres, hermosas o no tan hermosas, manejando o caminando por las calles o en los centros comerciales, buscando algo que hacer. Estaban buscando algún significado en sus vidas. Había, y hay, gente solitaria buscando entre otras personas a alguien que les anime.
Y si cualquiera de estos seres solitarios hubiese entrado en la Catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis esa tarde de domingo, podrían haber encontrado la respuesta a su búsqueda. Cada Septiembre tiene lugar uno de los más hermosos eventos litúrgicos del año en nuestra catedral. Celebramos el arribo a las bodas de oro de nuestros matrimonios y la catedral se llena de felices parejas, sus familias y amigos.
¿Cómo lograron encontrar estas hermosas parejas un amor que durara 50, 60 ó 70 años? ¿Cómo han logrado esto cuando hay tantos matrimonios que se deshacen?
Hace muchos años, cuando estas parejas contrajeron matrimonio, sabían que la suya no era otra boda más. Y su día de bodas no era cualquier día de 1953 o de 1943 ó de cualquier año que estuviésemos hablando. Ellos quisieron que el día de su boda marcara sus calendarios para siempre. Se entregarían uno al otro 100 por ciento o no permanecerían casados. Y han vivido los buenos y los malos momentos, los días de enfermedad, tal vez incluso de tragedia, y de este modo saben que su vida juntos no fue, no es y no llegará a ser un sueño romántico.
El hecho de que quisieran estar en la catedral la semana pasada nos dice que cuando todo está dicho y hecho, el significado de la vida matrimonial juntos—el significado del amor de cada uno por el otro y la confianza que cada uno de ellos tiene en el otro—tiene que estar enraizada en Dios. Sus propias vidas nos dicen que ellos han necesitado la bendición de Dios en su matrimonio una y otra vez.
Nadie puede ir solo por la vida. Y esas parejas no pudieron ir solas en su matrimonio. Creo que nos dirían que el secreto de un matrimonio feliz es el compromiso de tener a Dios como nuestro mutuo tercer socio. La oración ha sido una línea de vida.
Y en los años dorados, ellos saben que aún hoy en día su amor necesita ser cuidadosamente atendido y alimentado. El amor de una pareja en el día de su boda no es suficiente para toda una vida, porque el amor no es estático. El amor es una decisión que crece, se poda y se templa con las experiencias de la vida y que también, es cierto, puede vacilar si no se refuerza. Estos jubilosos participantes saben que necesitan la bendición de Dios para su amor.
Y ténganlo por seguro, es rara la pareja entre estos festejantes que no haya sufrido la tristeza de la cruz, incluso quizás la tragedia en su vida juntos. Para prepararnos para esa eventualidad, Cristo ha honrado a la iglesia con el sacramento del matrimonio. Ésa es la razón por la cual esposo y esposa se presentan para que la Iglesia sea testigo y santifique su matrimonio. En cualquier esfera de la vida, a medida que envejecemos nos damos cuenta de cuánto necesitamos de Dios.
La confianza y la fe entre la esposa y el esposo necesitan constante atención. Esa es la segunda razón por la cual nuestros festejantes buscaron la bendición de la Iglesia. Ante familia y amigos prometieron ayudarse uno al otro a construir la confianza y el amor que necesitarían todos los días de su vida juntos. Y en la tarde del domingo pasado renovaron su promesa de apoyarse uno en el otro en los buenos y en los malos momentos, en la enfermedad y en la salud hasta la muerte.
Sospecho que a través de los años hubo días cuando mantener las promesas de su matrimonio haya parecido como el único indicador de su amor. El matrimonio, como toda en la vida, tiene problemas en sus inicios. Pero apuesto a que esas épocas de retos palidecen cuando se comparan con la prueba de su amor.
¿Por qué están tan felices nuestros festejantes? Son esposas y esposos que ayudan a sus familias y amigos. Su oración conjunta les hace atender a sus vecinos. A través de los años han atendido a los ancianos, los pobres y los enfermos.
El verdadero amor no es solamente para el esposo y la esposa. Eso es lo que queremos dar a entender cuando decimos que el matrimonio es un sacramento del amor de Dios. El amor de Dios encarna y toca a otros a través del amor conyugal. La clave de un matrimonio feliz es compartir el amor con la familia y el prójimo. Y recordemos que Cristo amplió nuestro concepto de familia y vecinos para incluir a todo aquel en necesidad.
¡Que Dios bendiga a nuestros festejantes en este aniversario! †