Buscando la
Cara del Señor
La misma Eucaristía venerada por Santa Teodora y el Obispo Bruté es el sustento de nuestra fe
Octubre es un mes importante para dos misioneros pioneros de la Iglesia Católica en Indiana.
El 3 de octubre celebramos la solemnidad de Santa Teodora Guérin, fundadora de las Hermanas de la Providencia de Santa María de los Bosques. Fue canonizada como santa de la Iglesia universal el 16 de octubre de 2006.
El 28 de octubre de 1834, el Siervo de Dios, Obispo Simón Bruté, fue ordenado como obispo fundador de la Diócesis de Vincennes, que posteriormente se convertiría en la Diócesis de Indianápolis. En verdad el obispo no se sentía a la altura de la tarea que le había sido confiada.
La Iglesia Católica en Indiana ha sido bendecida con estos dos misioneros y pioneros fundadores. A partir de unos comienzos verdaderamente austeros y primitivos, hoy en día somos los beneficiarios de su fe inquebrantable y su celo evangélico. No es coincidencia que ambos pioneros de la incipiente Iglesia Católica en Indiana tuvieran una profunda y activa devoción a la Eucaristía, el Santísimo Sacramento.
Si se estudia la vida del Obispo Simón Bruté, se descubre rápidamente su devoción a la Eucaristía. Desde niño, durante la Revolución Francesa, cuando muchos sacerdotes habían sido encarcelados, Simón les llevaba clandestinamente la Comunión a la prisión. Ponía en riesgo su propia vida para hacerlo. Su amor por la Eucaristía comenzó desde una edad muy tierna.
Además de la Misa diaria, a veces varias Misas al día, durante sus días como misionero y a lo largo de toda su vida, Simón Bruté caminaba cientos de millas para oficiar la Misa o llevar el Santísimo Sacramento a aquellos que se encontraban confinados en sus hogares, a los enfermos y a los moribundos.
Una de mis historias preferidas sobre el Obispo Bruté relata la visita que le hizo a media noche a un hombre anciano que estaba al borde de la muerte, para impartirle la Comunión. Estaban en pleno invierno y el obispo le había pedido a un guía que le mostrara el camino a la casa del hombre moribundo en medio de la oscuridad de la noche.
Había gran acumulación de nieve y luego de caminar una distancia corta el guía dijo: “No puedo hacer esto. Voy a devolverme.” El Obispo Bruté le dijo: “Déjame caminar delante de ti. Camina sobre mis pasos.” El obispo le llevó la Comunión al hombre moribundo.
A tan sólo semanas de su muerte, el obispo cabalgó a Vincennes para oficiar la Misa en Madison, al sur de Indiana, como sustituto de un pastor ausente. Casi no podía mantenerse sobre el caballo. Murió de tuberculosis a pocos días de su regreso a Vincennes. Era un pastor entregado, a quien le encantaba la Eucaristía y se aseguraba de que estuviera disponible para todos, aun en las circunstancias más apremiantes.
La Madre Teodora Guérin sentía un profundo afecto por la Eucaristía y la devoción al Santísimo Sacramento desde sus primeros años en Francia, aun antes de convertirse en religiosa consagrada.
A su llegada en los tupidos bosques al oeste de Terre Haute, su primer acto, junto con las cinco monjas que la acompañaban en su grupo misionario, fue visitar el Santísimo Sacramento en la vieja capilla de leña del sacerdote local.
Este gesto fue una especie de icono simbólico de la misión de las Hermanas de la Providencia. Antes de fundar cada nueva escuela para los niños pobres de Indiana, la Madre Teodora pasaba tiempo rezando delante del Santísimo Sacramento. En efecto, la Divina Providencia bendijo sus obras misionarias, de las cuales aun hoy en día obtenemos beneficios.
Hemos recibido el don de la misma santa Eucaristía que el Obispo Bruté y la Madre Teodora adoraban. En cierta forma, por medio de la Divina Providencia, estos dos misioneros santos, valientes y generosos hicieron que este don fuera posible en nuestra parte del mundo. Y como señal de agradecimiento, nos damos cuenta de que ahora nos corresponde a nosotros transmitir la fe de la Santa Eucaristía a aquellos que vienen después de nosotros.
Es increíble entender que la misma Eucaristía celebrada y venerada por el Obispo Bruté y la Madre Teodora nos da sustento y nutre nuestras vidas de fe.
En efecto, el mismo Espíritu Santo que guió sus vidas en circunstancias desafiantes, hace lo mismo por nosotros.
Tanto la Madre Teodora como el Obispo Bruté lucharon contra grandes adversidades para cumplir con su tarea de transmitir la misión de Cristo en nuestra parte del mundo, en tiempos primitivos. Estoy seguro que no tenían idea de lo provechosas que llegarían a ser sus obras. Constituyen ejemplos vivos para todos nosotros, independientemente de cuál sea nuestro camino en la vida. A pesar de las limitaciones impuestas por una mala salud física y las limitaciones de los recursos materiales, batallaron con valentía y tenacidad.
Tal vez pensemos, “bueno, eran personas extraordinarias con dones especiales.” Quizás sea así, pero el hecho es que también eran personas humanas, al igual que nosotros. Respondieron a la gracia de Dios y procuraron la fuerza necesaria en los sacramentos de la Iglesia, especialmente la Eucaristía.
Nosotros tenemos la misma oportunidad y la misma responsabilidad de decirle “sí” a Dios con todo y las limitaciones que podamos tener. ¡Qué Dios bendiga también nuestros esfuerzos! †