Alégrense en el Señor
Se nos invita a vivir y compartir la alegría de la Pascua
Este domingo celebramos la gran festividad del Domingo de Resurrección y comenzamos la temporada de júbilo. ¿Por qué esa alegría de la Pascua es tan especial y está tan intrínsecamente ligada a la Pasión, muerte y resurrección del Señor? ¿Qué diferencia marca esta temporada de júbilo en la forma de sentirnos y de vivir como discípulos de Cristo?
La alegría no es una emoción cotidiana. No es lo mismo que la felicidad, el contento o el disfrute. Podemos disfrutar de una buena cena con amigos sin que esta sea alegre. La alegría es algo distinto; es más profunda.
Los padres sienten alegría cuando un hijo regresa ileso de Iraq o de Afganistán. Sentimos alegría en una boda o en la ordenación de un amigo cercano. La alegría puede tomarnos por sorpresa cuando descubrimos algo valioso que creíamos perdido. Es una emoción que puede intensificarse gradualmente con el pasar de los años y que por fin se expresa en la celebración de un aniversario de oro.
La alegría nos inunda al superar años de sufrimiento y adversidad, cuando se vislumbra el triunfo tras una larga batalla contra el cáncer, cuando un padre misericordioso acoge a un hijo pródigo, cuando un prisionero político es puesto en libertad, cuando el amor y la fidelidad vencen sobre el mal. Eso es la alegría de la Pascua: el triunfo del Señor sobre el pecado y la muerte, el perdón de nuestros pecados y la apertura de las puertas del cielo para todos los hijos de Dios.
El Evangelio nos dice que los amigos de Jesús sintieron diversas emociones al momento de su Pasión, muerte y resurrección. Estaban atemorizados, amargamente decepcionados, desesperanzados, llenos de dudas e incertidumbre; y entonces sobrevino la alegría de la resurrección.
Para algunos, como la mujer que se acercó al sepulcro en la mañana del Día de Pascua, la alegría fue instantánea (aunque haya estado mezclada con confusión por la incertidumbre de lo que realmente había sucedido). Para otros, como los discípulos de camino a Emaús, la alegría sobrevino paulatinamente, después de haber sentido la presencia del Señor al partir el pan.
Para Pedro y la mayoría de los discípulos la alegría de la Resurrección fue intermitente: vino y se fue con las apariciones de Jesús en el cenáculo y en Galilea. No fue sino hasta que recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés que la alegría de la resurrección de Cristo se enraizó profundamente en sus corazones.
El papa Francisco habla a menudo sobre la alegría. Con su característico estilo directo, el papa dice en su exhortación apostólica, “Evangelii Gaudium” (“La alegría del evangelio”) que los cristianos no debemos tener “cara de vinagre.” No debemos comportarnos como si nuestra fe nos pesara o la vida cristiana estuviera compuesta por una serie interminable de normas y reglas opresivas.
Debemos estar alegres, regocijarnos en nuestra libertad y en el sentido perdurable de confianza en el amor de Dios por nosotros. La alegría de la Pascua emana de nuestro agradecimiento hacia Dios por su gracia salvadora, por perdonar nuestros pecados y por su presencia en nuestras vidas. “¡Griten de alegría!” nos dicen las Escrituras. “¡Regocíjate y alégrate!” cantan los ángeles. “¡Aleluya! Alabado sea Dios” nos expresan los santos mediante sus palabras y sus ejemplos.
La alegría de la Pascua debería darnos la confianza que necesitamos para superar las voces negativas que escuchamos constantemente en los medios noticiosos y las provenientes de nuestras propias ansiedades y temores. En efecto, la situación no es terrible. Dios se ha acercado a nosotros y nos ha amado. No estamos marcados por un destino aciago y desastroso: Cristo murió por nosotros y nos hizo libres. No estamos solos: somos el pueblo de Dios reunido, la Iglesia, unidos en Cristo. No debemos temer: Él siempre está con nosotros. Nuestros pecados no nos han condenado: la gracia de Cristo nos ha salvado.
La alegría de la Pascua coincide con la llegada de la primavera y el surgimiento de nueva vida. Especialmente este año, más que en otros, hemos padecido los rigores del invierno, y estamos más que listos para entregarnos a un nuevo comienzo. ¡Qué mejor forma de celebrar nueva vida que alegrarnos por los más de 1000 hermanos que serán bautizados o tomarán la Comunión en nuestra Iglesia durante la Vigilia Pascual!
Tal como escribe el papa Francisco, “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (“Evangelii Gaudium,” #1).
Esa es la fuente de toda la nueva vida. Que esta temporada de gracia nos traiga alegría duradera. ¡Que podamos compartir generosamente esa alegría con los demás durante la época de la Pascua y siempre!
(Traducido por: Daniela Guanipa) †