Alégrense en el Señor
La Cuaresma: una peregrinación de esperanza
Este es el primero de una serie de artículos que escribiré sobre la temporada de la Cuaresma.
La Iglesia nos ofrece esta temporada penitencial única, como una forma para prepararnos para la alegría de la Pascua.
Tal como nos lo recuerda el papa Francisco en su exhortación apostólica titulada “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), la alegría requiere preparación. Debemos estar listos para recibirla, a veces de formas sorpresivas y cuando menos nos lo esperamos.
Las seis semanas de la Cuaresma representan nuestra oportunidad para alistarnos, para prepararnos para recibir la alegría especial del triduo Pascual: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
A comienzos de esta semana regresé de una peregrinación de 12 días a Tierra Santa. No puedo imaginarme una mejor forma de prepararme para la travesía espiritual de la Cuaresma. Tener la oportunidad de pisar la tierra de Jesús, de orar donde Él oró, de visitar en persona todos los lugares sagrados de los que habla el Evangelio de una forma tan impactante, es una experiencia que desearía que todos los cristianos pudieran vivir.
Mis compañeros de la peregrinación y yo estábamos muy conscientes del hecho de que habíamos viajado a Tierra Santa en representación de todos los fieles de nuestra Arquidiócesis, la Iglesia en el centro y el sur de Indiana. Oramos por ustedes y nos acompañaron (en espíritu) cada vez que visitamos los lugares sagrados más importantes de la Tierra Santa.
La peregrinación es un acto antiquísimo que se remonta a los albores del judaísmo y del cristianismo (y de muchas otras tradiciones religiosas). San Lucas nos dice que la Sagrada Familia (Jesús, María y José) peregrinaban todos los años desde Nazaret hasta Jerusalén para celebrar la festividad de la Pascua judía.
El papa emérito Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret: relatos de la infancia, escribe que para el pueblo judía, el significado más profundo de estas peregrinaciones anuales era la poderosa afirmación de que Israel era “el pueblo peregrino de Dios, siempre en el camino hacia Dios, y que recibía su identidad y unidad a través del encuentro con Dios en el Templo. La Sagrada Familia ocupa su lugar en esta importante comunidad peregrina en el camino hacia el Templo y hacia Dios.”
Los cristianos continuamos con esta tradición de peregrinación, pero reconocemos que nuestro destino no es una edificación (el Templo) ni ningún otro lugar terrenal, no importa cuán santo sea.
Nuestra peregrinación es una travesía espiritual que nos lleva a seguir a Jesús en el vía crucis. A lo largo de esta peregrinación hay muchas paradas, en ocasiones muchos desvíos, pero nuestro destino final es la alegría celestial, el lugar al que verdaderamente pertenecemos y donde nos uniremos a Dios y a toda su familia por el resto de la eternidad.
Durante mi ministerio como integrante de la Congregación del Santísimo Redentor (Congregación Redentorista), viajé a muchos lugares en más de 70 países pero nunca había visitado la Tierra Santa. Cuando algunos integrantes de la Arquidiócesis me pidieron que considerara encabezar esta peregrinación, lo medité y concluí que había llegado el momento.
Durante buena parte de mi vida me ha fascinado el significado de la enseñanza de la Iglesia de que “el verbo se hizo carne.” El Evangelio según San Juan nos dice que Dios se hizo carne y se convirtió en uno de nosotros (literalmente que “armó su tienda entre nosotros”) en un momento específico de la historia de la humanidad, y que realmente estuvo en la Tierra, en un territorio determinado.
Me ilusionaba seguir la huella de sus pasos y orar en muchos de los lugares que eran tan importantes para Jesús—el verbo hecho carne—y que gracias a esta experiencia pudiera llegar a convertirme en un mejor discípulo y en un mejor pastor para su pueblo.
También sabía que las peregrinaciones a lugares sagrados pueden dar origen a amistades genuinas, moldeadas por la fe, entre todos los participantes. Tenía plena confianza de que esos 12 días en Tierra Santa servirían para que mis compañeros de peregrinación y yo nos uniéramos a Dios, entre nosotros y a todo el pueblo del centro y el sur de Indiana, de una forma muy especial.
El recorrido que mis compañeros de peregrinación y yo acabamos de terminar fue un recordatorio vívido de la experiencia terrenal de Jesús de Nazaret y de la travesía espiritual que todos nosotros estamos viviendo, como un pueblo peregrino llamado a seguirle los pasos. Oro para que esta experiencia haga que estos 40 días de la Cuaresma sean todavía más productivos; también rezo para que mis reflexiones plasmadas aquí en el transcurso de las próximas seis semanas de la Cuaresma, y cuya inspiración emana de esta peregrinación muy especial a Tierra Santa, nos ayuden a todos en nuestra travesía espiritual a nuestro hogar celestial.
Que esta Cuaresma sea un momento de gracia para todos nosotros a medida que nos preparamos para sentir la alegría de la Pascua. †
Traducido por: Daniela Guanipa