Alégrense en el Señor
La geografía de Tierra Santa es testimonio de la intervención de Dios en toda la creación
Se ha dicho en ocasiones que la geografía de Tierra Santa representa el “quinto evangelio.” Tras haber caminado sobre los pasos de Jesús durante el pasado mes, en las alturas de montes con vistas espectaculares, por el desierto yermo y por las exuberantes campiñas de galileas, y luego de haber navegado por el Mar de Galilea y haberme maravillado con las vistas del Mar Muerto, tengo una nueva noción de lo que significa el “quinto evangelio.”
Desde el inicio de los tiempos, hombres y mujeres han buscado a Dios en las cimas de las montañas y en los desiertos áridos. Los evangelios nos dicen que Jesús pasó mucho tiempo solo, alejado de las multitudes, en presencia de su Padre celestial. Allí oró, hizo ayuno y resistió tentaciones entregándose por completo a la voluntad de su Padre en esos momentos de oración y meditación silente.
Pero tal como nos lo dice el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año, Dios jamás es indiferente a su pueblo. El tiempo que pasó Jesús solo en sus retiros en el desierto o la montaña lo prepararon para estar completamente unido al pueblo al que amaba.
Nuestra reciente peregrinación a Tierra Santa, nos condujo a muchos de los lugares que presenciaron la interacción de Jesús con las multitudes. Por ejemplo, visitamos la montaña donde alimentó a más de 5,000 personas con tan solo cinco hogazas de pan y dos pescados. Realizamos un recorrido por el pueblo de Cafarnaúm en Galilea, donde cuatro hombres hicieron descender a un paralítico a través de un agujero en el techo de la casa donde Jesús estaba impartiendo sus enseñanzas. También caminamos por las ruinas de la sinagoga de Cafarnaúm, donde Jesús proclamó a si mismo como el pan de vida.
Resulta increíble cómo la geografía de las Escrituras surte un efecto amplificador sobre la historia de amor de Dios por nosotros, y le imparte detalles concretos y vívidos. Las escrituras cobran vida de nuevas formas gracias a la imagen que brindan los lugares donde Jesús enseñó y donde verdaderamente sucedieron sus milagros.
Imagínese que usted está en una pequeña embarcación en un enorme océano durante una tormenta repentina; con una palabra de Jesús, el mar embravecido se calma y la crisis se supera. Toda la naturaleza se doblega ante el misterio del Dios creador. Pero Dios no es un ser distante ni indiferente; Él es uno con Su creación. Se encuentra presente entre nosotros, sin importar quiénes seamos, qué hagamos o dónde estemos e independientemente de las fuerzas interiores o exteriores que intentan apartarnos del poder del amor de Dios.
El tema del papa Francisco para esta Cuaresma es superar la tentación que el Santo Padre llama “indiferencia.” Los desafíos de la vida, las heridas personales y las desilusiones, así como la injusticia que a menudo debemos soportar, pueden provocar que levantemos un muro protector en torno a nuestros corazones. Al encerrarnos en nosotros mismos creemos estar a salvo de lo que el Hamlet de Shakespeare llamó “sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna.” Pero el Papa nos dice que esta seguridad es tan solo una ilusión. Únicamente al abrir nuestros corazones y desterrar nuestra indiferencia podemos sentirnos verdaderamente felices y plenos.
Nuestro Señor jamás se mostró indiferente ni fue ajeno al sufrimiento de los demás; alimentó al hambriento, curó al enfermo e incluso levantó a los muertos. ¿Por qué? Porque nos quiere profundamente y porque está muy comprometido con nuestras vidas.
La geografía de Tierra Santa es testimonio de la intervención personal de Dios en toda Su creación: viento y mar, desiertos, montañas y valles fértiles. Este es el tipo de testimonio que daba San Francisco de Asís, quien insistía en que la gloria de Dios se revelaba en el Hermano Sol y la Hermana Luna, así como en los animales salvajes y domesticados que alaban a Dios con todas sus acciones.
Mis compañeros de peregrinación y yo vivimos de primera mano la milagrosa verdad de que la tierra por la que caminó Jesús resalta cuánto se preocupaba por los demás, especialmente por los pobres y los afligidos que lo buscaban precisamente porque sabían lo mucho que él los amaba.
En esta Cuaresma démosle gracias a Dios por la maravilla de toda la creación. Y también oremos para poder abrir nuestros corazones al prójimo tal como lo hizo Jesús, ya sea al enseñar en la cima de una montaña, al preparar el desayuno para sus discípulos junto al Mar de Galilea, o atravesando las puertas cerradas que impedían a sus seguidores “salir a la periferia” (como diría el papa Francisco) para participar activamente en la vida de los judíos y los gentiles a los que estaban llamados a evangelizar en el nombre de Jesús. †
Traducido por: Daniela Guanipa