Cristo, la piedra angular
Jesús nos llama a ser discípulos misioneros, como san Lucas
“La mies es mucha, pero son pocos los obreros. Por eso, pídanle al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10, 2).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 18 de octubre, la festividad de san Lucas el Evangelista. Tradicionalmente se ha considerado que Lucas es el autor del Evangelio que lleva su nombre y del libro de Hechos de los Apóstoles que, en su conjunto, representan más de un cuarto del Nuevo Testamento.
El Nuevo Testamento menciona brevemente a san Lucas en varias ocasiones y la carta de san Pablo a los colosenses alude a él como médico (es decir, como “aquel que sana”); por lo tanto se considera que san Lucas fue médico y también discípulo de san Pablo.
Existe una correlación entre la evangelización, la proclamación de la Buena Nueva de nuestra salvación que podríamos denominar “sanación espiritual”, y la sanación física que es la labor del médico. Lo primero está destinado a curar las enfermedades de la mente, el corazón y el alma; en tanto que lo segundo garantiza la salud y la vitalidad del cuerpo. Como evangelista, san Lucas fue médico del alma y sanador de las afecciones del cuerpo.
La lectura del Evangelio de la festividad de hoy es el pasaje ampliamente conocido del Evangelio según san Lucas (cf. Lc 10; 1-9) en el que Jesús envía a 72 discípulos y les encarga proclamar la buena nueva de que el reino de Dios está al alcance. En este pasaje específico del Evangelio hay varias frases memorables. Una de ellas es: “¡Póngase en marcha! Yo los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3). Otra es: “Quédense en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, porque el que trabaja tiene derecho a su salario” (Lc 10, 7). Y quizá el dicho que más a menudo se cita es: “La mies es mucha, pero son pocos los obreros. Por eso, pídanle al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10, 2).
Los discípulos misioneros de Jesucristo a menudo son vulnerables (como corderos entre los lobos) porque los valores del Evangelio que estamos llamados a practicar en nuestras vidas y a predicar, a menudo son contrarios a los valores que encontramos en las comunidades en las cuales debemos evangelizar. Debemos ser pacíficos en un mundo cada vez más violento; debemos hablar de Dios en lugares donde se prohíbe hablar de Él. Y debemos dar la acogida y extender los brazos a aquellos que han sido marginalizados por temor, prejuicio, racismo e intolerancia.
Como discípulos enviados por Jesús, debemos aceptar con agradecimiento la generosidad de los demás porque la obra que llevamos a cabo en nombre del reino de Dios bien lo vale. Pero no estamos supuestos a esperar favores ni a sucumbir a formas de compensación inapropiadas.
Debemos quedarnos “en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan” (Lc 10, 7) sin buscar nada más que lo que nos merecemos. La transgresión de este principio es lo que acarrea que los líderes de la Iglesia sientan un deseo exacerbado de que los sirvan en vez de servir ellos a los demás. Esto puede dar como resultado actitudes de clericalismo en los integrantes del clero y otras expectativas de privilegio por parte de líderes religiosos y laicos.
Por último, el Evangelio según san Lucas nos recuerda que hay mucho por hacer en la obra de difundir la Buena Nueva, sanar a los enfermos y cuidar a los pobres y los vulnerables, pero nunca hay suficientes obreros para atender las necesidades crecientes del pueblo de Dios.
Este pasaje de las escrituras se utiliza acertadamente para promover las vocaciones al ministerio de las órdenes sacerdotales y la vida consagrada, pero su significado abarca a todos los cristianos bautizados. Hay mucho trabajo por hacer y suficientes oportunidades para que todos sirvamos como discípulos misioneros.
Jesús nos proporciona instrucciones detalladas: “No lleven monedero, zurrón, ni calzado; y no se detengan tampoco a saludar a nadie en el camino. Cuando entren en alguna casa, digan primero: ‘Paz a esta casa’. Si los que viven allí son gente de paz, la paz del saludo quedará con ellos; si no lo son, la paz se volverá a ustedes” (Lc 10, 4-6).
No necesitamos mucho para ser sus embajadores; ni tampoco debemos esperar que nos recibirán con los brazos abiertos dondequiera que vayamos. Debemos ofrecer la paz de Cristo a todo aquel que encontremos; si esta es aceptada, nos sentiremos complacidos. De lo contrario, debemos seguir avanzando sin entrar en argumentaciones ni resentimientos.
En otras palabras, debemos imitar al propio Cristo. El enseñó y oró; curó enfermedades del cuerpo y el alma. Dijo la verdad con amor, aun cuando sus palabras fueran rechazadas. Amaba a todos; soportó pacientemente las debilidades de aquellos más cercanos a él; y con humildad y generosidad le pidió a su Padre que perdonara a sus enemigos.
En esta festividad de san Lucas el Evangelista, pidámosle al Señor la gracia de ser discípulos misioneros fieles. Programemos el Evangelio con nuestras palabras y acciones y comprometámonos a ser sanadores eficaces del cuerpo y el alma mediante nuestra preocupación piadosa por todos los integrantes de la única familia de Dios. †