Cristo, la piedra angular
Las Escrituras nos recuerdan que debemos amar a Dios y al prójimo
“Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando” (Dt 6:4-6).
Las lecturas de las Escrituras de este fin de semana, el trigésimo primer domingo del tiempo ordinario, destacan los mandamientos más importantes de la tradición judeocristiana. Debemos amar a Dios por completo, y también amarnos unos a otros como a nosotros mismos. Nada es más importante que esto. En las famosas palabras de san Agustín: “Ama y haz lo que quieras” (San Agustín, “Sermón sobre el amor,” #354-430).
El problema, por supuesto, es que el concepto de “amor,” que es esencial para la tradición bíblica de judíos y cristianos, es fácilmente malinterpretado, retorcido y convertido en su opuesto. Creemos que el amor es desinteresado, sacrificado y orientado al servicio, pero esto no es lo que enseña nuestra cultura seglar, y no es lo que vemos y oímos en los medios de comunicación o en la publicidad.
El concepto de amor que se nos presenta con demasiada frecuencia es egocéntrico, centrado en la autorrealización o la autogratificación, que dista mucho del verdadero amor que no se centra en el interior ni en nosotros mismos. El verdadero amor se vuelca siempre hacia fuera, hacia los demás. Está dispuesto a sacrificar la comodidad, e incluso las necesidades fundamentales, para satisfacer las de los demás.
En el sermón sobre el amor citado anteriormente, san Agustín dice:
“Como el mismo Señor dijo: ‘Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos’ [Jn 15:13]. Esto demostró el amor de Cristo cuando murió por nosotros. ¿Cómo se demuestra el amor del Padre por nosotros? Por el hecho de que envió a su único Hijo a morir por nosotros. Como dice el Apóstol Pablo: ‘El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas’ ” (Rom 8:32)?
Descubrimos el verdadero amor cuando miramos a Cristo crucificado o al leer la vida de los santos, especialmente de aquellos que la entregaron libremente como testigos (mártires) del Evangelio del amor. Vemos el amor en la respuesta desinteresada de María a la invitación del Padre a través del arcángel Gabriel, y en la aceptación por parte de José de su papel único de guardián del Redentor.
En la lectura del Evangelio de este domingo (Mc 12:28-34), escuchamos la respuesta de Jesús a la pregunta del maestro: “De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?” La conocida respuesta de nuestro Señor proviene directamente de las Escrituras hebreas (el Antiguo Testamento):
“El más importante es: ‘Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor—contestó Jesús—. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ El segundo es: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ No hay otro mandamiento más importante que estos” (Mc 12:29-31).
Su interlocutor felicita a Jesús y afirma que ha identificado correctamente el significado fundamental de la Ley mosaica:
“—Bien dicho, Maestro—respondió el hombre—. Tienes razón al decir que Dios es uno solo y que no hay otro fuera de él. Amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más importante que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12:32-33).
Según relata san Marcos, este maestro en particular “respondió con inteligencia” (Mc 12:34). No se limitaba a repetir lo que había aprendido como estudioso de las leyes, sino que se lo toma a pecho y llega a comprender profundamente el verdadero significado de los dos mandamientos: amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. En consecuencia, Jesús le dice simplemente: “No estás lejos del reino de Dios” (Mc 12:34).
Este año, al trigésimo primer domingo del tiempo ordinario le sigue inmediatamente la solemnidad de Todos los Santos, el lunes 1 de noviembre. En este día celebramos a todas las mujeres y hombres ordinarios que han dado un testimonio extraordinario de amor a Dios y al prójimo. Esta gran fiesta nos reúne en una alegre celebración del verdadero significado del amor y centra nuestra atención en el hecho de que la santidad a la que todos estamos llamados no se encuentra necesariamente en gestos dramáticos, sino que es fácilmente accesible a través de actos de simple amor abnegado.
Que la intercesión de todos los santos nos ayude a comprender verdaderamente el significado del amor. Tomemos siempre a pecho las palabras de las Escrituras, y que el amor de Cristo, quien entregó libremente su vida por nosotros, nos inspire a amar a Dios con todo el corazón, la mente y las fuerzas, y a amar al prójimo como a nosotros mismos. †