Cristo, la piedra angular
El ‘sí’ de María cambia el curso de la historia y de nuestras vidas
Mañana, sábado 25 de marzo, es la solemnidad de la Anunciación del Señor, día de júbilo que interrumpe el tiempo penitencial de la Cuaresma para celebrar el anuncio del acto salvador de Dios por medio de María, y su aceptación voluntaria del plan de Dios para ella. “Dios te salve, María, llena eres de gracia,” rezamos, haciéndonos eco del saludo del arcángel Gabriel. “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.”
La lectura evangélica de esta solemne fiesta es la conocida historia narrada por san Lucas del fiat de María, su aceptación de la Palabra de Dios, que cambió el curso de la historia de la humanidad. Porque María, una humilde joven de un recóndito pueblecito alejado de las sedes del poder y la influencia, dijo “sí” a la misteriosa y aterradora invitación de Dios, se desató en el mundo el poder redentor del Amor Divino, y Dios mismo se hizo hombre.
El “sí” de María no fue una reacción impulsiva sino que se había preparado para este momento toda su vida y, de hecho, los judíos, el Pueblo Elegido de Dios, también se habían estado preparando para este momento a lo largo de toda su historia.
La humildad de María, su actitud piadosa y su afán por hacer todo lo que el Señor le ordenaba fueron el resultado de su inmersión total en la espiritualidad del judaísmo. En María, la hija de Sión, se cumplieron las esperanzas y los sueños del pueblo de Israel. Su apertura al misterio del Amor de Dios encarnado hizo posible que su hijo, Jesús, redimiera a toda la humanidad.
La primera lectura de la solemnidad de la Anunciación del Señor (Is 7:10-14; 8:10) contiene una profecía extraña y aparentemente contradictoria: la virgen concebirá un hijo, dará a luz y le pondrá por nombre Emmanuel que significa “Dios con nosotros” (Is 7:14). Por el poder del Espíritu Santo, María, una joven virgen, concibe un hijo y como resultado, Dios en verdad está con nosotros. En él se cumple la enigmática profecía, no solo de manera simbólica sino en la realidad. Dios está con nosotros al convertirse en ser humano y su amor sacrificial es el poder redentor que nos salva del efecto destructivo del pecado y de la muerte.
La segunda lectura de la Anunciación (Hb 10:4-10) revela la única forma de ofrenda sacrificial aceptable para Dios:
Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados. Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo: “No quieres sacrificio y ofrenda, pero me has dado un cuerpo. No te agradan los holocaustos ni las expiaciones por el pecado. Entonces dije: ‘Mi Dios, aquí estoy para hacer tu voluntad, como está escrito de mí en el libro’ ” (Heb 10:4-7).
La disposición a cumplir la voluntad de Dios es lo que se requiere de nosotros si queremos arrepentirnos de nuestros pecados y llegar a ser uno con el Dios, que nos hizo para la unión con Él y con todos nuestros hermanos y hermanas. El fiat de María es el modelo para todos nosotros, porque anticipa las palabras de su Hijo en el huerto de Getsemaní: “Padre, si quieres, haz que pase de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22:42).
Lo que celebraremos mañana es el amor generoso y abnegado de Dios, que se encarnó en el momento en que María dijo “sí.” Nuestra fe católica nos enseña que Dios nos da libertad de elección. Podemos decir “sí” como María, o podemos decir “no.” Dios no nos obligará a hacer lo que sabe que nos conviene sino que nos da la libertad de seguir nuestro propio camino, pase lo que pase.
La Cuaresma es el tiempo litúrgico que trata de ayudarnos a discernir el camino correcto y a tomar decisiones que nos hagan bien, de conformidad con la voluntad de Dios. Las disciplinas de la oración, el ayuno y la limosna están diseñadas para ayudarnos a prepararnos para esos momentos en los que tendremos que tomar decisiones que nos cambiarán la vida. ¿Cómo responderemos? ¿Diremos: “Sí, hágase en mí según tu Palabra”? ¿O tal vez “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”? ¿O insistiremos obstinadamente en hacer las cosas “a mi manera”?
El tiempo santo de la Cuaresma nos ofrece muchas oportunidades para practicar el tipo de amor abnegado que exige el auténtico discipulado cristiano. Aprovechemos este tiempo penitencial para agudizar nuestra capacidad de decir “no” a aquello que nos aleja de la voluntad de Dios para nosotros.
Recuerden que el Evangelio de san Lucas nos dice que María “se turbó mucho” cuando oyó por primera vez las palabras pronunciadas por el mensajero de Dios. El ángel la calma diciéndole: “María, no temas. Dios te ha concedido su gracia” (Lc 1:30). Tomémonos en serio estas palabras de consuelo.
El “sí” de María nos ha allanado el camino y su generosa aceptación de la voluntad de Dios nos da confianza y esperanza. †