Cristo, la piedra angular
Celebración del maravilloso amor y sacrificio de Cristo por todos nosotros
Hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre. (Versículo del Evangelio del Viernes Santo)
Hoy celebramos el Viernes Santo. Pareciera una contradicción utilizar la palabra “celebrar” para referirnos a un acontecimiento que, de hecho, constituye un día de intenso dolor, agonía y luto por la dolorosa muerte de un ser querido. Y, sin embargo, la Iglesia insiste en que este día santo debe celebrarse porque expresa el incomparable amor de Dios y nos muestra hasta dónde estuvo dispuesto a llegar Cristo para salvarnos de las consecuencias mortales del pecado.
“¡Cuán admirable amor!” exclamamos al son del popular himno inglés, mientras escuchamos la proclamación de la pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan durante la liturgia del Viernes Santo. “¡Cuán admirable amor es este que hizo que el Señor de la dicha cargara con la terrible maldición por mi ser, por mi ser, cargara con la espantosa maldición por mi ser!” Sí, la raza humana fue maldecida, no por un dios enfadado o vengativo, sino por la elección pecaminosa de nuestros primeros padres de alejarse de la gracia de Dios. Esa “terrible maldición” no podía deshacerse por medios humanos; solamente Dios era capaz de llevárselo y, así, de liberarnos.
Las lecturas de la liturgia del Viernes Santo nos recuerdan el enorme sacrificio que nuestro Salvador tuvo que hacer. Tal como predijo el profeta Isaías (Is 52:13-53:12):
Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Nosotros lo tuvimos por azotado, como herido por Dios y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino. Pero el SEÑOR cargó en él el pecado de todos nosotros. (Is 53:4-6).
Fue “molido” por nuestros pecados. Y sobre él recayó el “castigo” (una fuerte reprimenda verbal o crítica severa) que con toda razón sólo debería estar dirigido a nosotros.
El himno “¡Cuán admirable amor!” prosigue: “Cuando me hundía bajo el justo ceño de Dios, Cristo se despojó de su corona por mi ser, por mi ser.” Por supuesto, la idea de que Dios “frunce el ceño” se contradice con el hecho de que ha enviado a su único Hijo no para condenarnos, sino para redimirnos. Incluso cuando el mundo y todos sus habitantes parecían “hundirse” bajo el peso insoportable del pecado y la muerte, Cristo “se despojó de su corona” haciéndose hombre, un cordero dispuesto a ser sacrificado por nosotros.
La segunda lectura de la liturgia del Viernes Santo está tomada de la Carta a los Hebreos (Heb 4:14-16; 5:7-9), donde se nos asegura que “aunque era Hijo, [Jesús] aprendió la obediencia por lo que padeció. Y habiendo sido perfeccionado, llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb 5:8-9). Se nos dice que el sufrimiento es el camino hacia la perfección; de hecho, la experiencia vivida por Jesús nos enseña con toda claridad que el único camino al cielo es el de la cruz. El “admirable amor” que celebramos el Viernes Santo es un amor abnegado.
La lectura del Evangelio del Viernes Santo siempre es la pasión de nuestro señor Jesucristo según san Juan (Jn 18:1-19:42). San Juan narra la pasión y muerte de Jesús desde su singular perspectiva del “discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 19:26). Por supuesto que Jesús amaba a todos sus discípulos, al igual que nos ama a todos nosotros, pero entre todos los evangelistas, sólo san Juan se refiere a sí mismo de esta manera.
Como para hacer énfasis en el “admirable amor” que caracterizó toda la vida de Cristo, incluida su pasión y muerte, la narración de la pasión de san Juan deja en claro que este gran acto de amor abnegado se hizo, como repite el himno, “por mi ser.” Cristo murió para salvar el alma de todos y cada uno de nosotros, y al hacerlo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte.
Resulta muy apropiado que el himno “¡Cuán admirable amor!” fuera utilizado por los esclavos del sur de Estados Unidos para expresar tanto su dolor como su profunda esperanza. Esta es justamente la razón por la que celebramos el Viernes Santo. Precisamente hoy tenemos motivo para exclamar al pie de la Cruz:
Librado de morir, cantaré, cantaré;
librado de morir, cantaré.
Librado de morir, con gozo he de seguir. …
Cantemos y avancemos con gozo, y celebremos la plenitud del amor de Dios por todos y cada uno de nosotros, sus hijos. †