Cristo, la piedra angular
Acerquémonos a Cristo que nos ofrece la vida eterna con él
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 15 de marzo, a tan solo dos semanas del Viernes Santo. En el preludio del fin de semana del quinto domingo de Cuaresma, se nos recuerda que solamente Dios es el Señor de la vida y de la muerte.
Según el Leccionario, la primera lectura para la celebración de los escrutinios de este domingo procede del Libro de Ezequiel y proclama:
Pueblo mío, voy a abrir los sepulcros de ustedes; voy a levantarlos de sus sepulturas para traerlos de nuevo a la tierra de Israel. Y cuando yo abra sus sepulcros y los saque de sus sepulturas, ustedes, pueblo mío, sabrán que yo soy el Señor. Entonces pondré mi espíritu en ustedes, y volverán a vivir. Sí, yo los haré reposar en su tierra, y así sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí. (Ez 37:12-14)
El Señor tiene el poder de abrir las tumbas de los muertos y devolvernos la vida. El que nos ha dado la vida promete devolvérnosla después de la muerte dándonos el propio Espíritu de Dios en el momento de nuestra resurrección en el Día Final.
Esta es una verdad fundamental de nuestra fe católica: la resurrección del cuerpo. Es un gran misterio que no podemos comprender ni explicar con detalle; no está claro cómo o cuándo ocurrirá. Cómo luciremos o cómo seremos después de resucitar es algo que se asoma en los relatos de las apariciones del Señor resucitado a sus discípulos, pero nadie lo sabe con certeza.
El poder de Dios sobre la muerte se demostró definitivamente en la resurrección de Jesús tras su cruel pasión y muerte en la cruz. El Señor resucitado nos ha asegurado que nosotros también resucitaremos y aunque lo creemos, estamos llenos de dudas e incertidumbre. La vida después de la muerte parece difícil de imaginar y tenemos muchas preguntas sin responder.
La lectura del Evangelio (Jn 11:1-45) aborda nuestras dudas sobre la muerte. Jesús viaja a Betania porque su amigo Lázaro ha muerto; sus hermanas, Marta y María, están convencidas de que si Jesús hubiera venido antes, su hermano, gravemente enfermo, se habría curado. Ahora, suponen que es demasiado tarde. Cuando Jesús llega, Lázaro lleva cuatro días enterrado en la tumba.
Como nos dice san Juan:
Cuando Marta oyó que Jesús venía, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Y Marta le dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta le dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final.” Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» Le dijo: «Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.” (Jn 11:20-27)
Aquí están ocurriendo dos cosas de gran importancia. En primer lugar, Marta afirma la verdad de la resurrección de los muertos y reconoce que volverá a ver a su hermano en el último día. Pero en segundo lugar, y mucho más importante, llega a creer que Jesús mismo es la resurrección y la vida. Todo el que vive y cree en él “no morirá eternamente” (Jn 11:26).
Se trata de un misterio mucho mayor que el hecho de la resurrección de los muertos ya que llega a la esencia de lo que son la vida y la muerte. En Jesús encontramos la fuente, el fundamento y la meta de toda vida. Él es el Cristo: el principio, el “ahora” y el punto final de toda la vida. En él, vivimos, nos movemos y somos. Al afirmar esta verdad, Marta demuestra que acepta el significado más profundo de las enseñanzas del Evangelio sobre Jesús.
Jesús resucita a Lázaro y demuestra que solamente Dios tiene poder sobre la vida y la muerte. A tan solo dos semanas de nuestra observancia de su propia pasión y muerte, esta lectura del Evangelio es un poderoso recordatorio de que estamos llamados a creer en mucho más que una enseñanza abstracta sobre la vida más allá de la tumba. Se nos invita y se nos desafía a encontrarnos con la persona de Jesucristo y a ver en él “la resurrección y la vida.”
Que estas semanas previas al Triduo Pascual nos acerquen más a Jesucristo, el Señor de la Vida. Que reconozcamos en él la verdad sobre el sentido de la vida y de la muerte. †