Cristo, la piedra angular
El camino hacia la verdadera felicidad: Un amor que se derrama por los demás
En la lectura del Evangelio del cuarto domingo de Pascua (Hch 4:8-12), san Juan Evangelista proclama con valentía su fe en Jesús: El Apóstol ha curado a un hombre, un tullido, en nombre de Jesús. Insiste en que no ha realizado esta buena obra por su propio poder ni por ninguna fuerza o poder terrenal. Más bien, “que este hombre está aquí delante de ustedes, sano gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes, pero resucitado por Dios” (Hch 4:10).
Pedro prosigue y afirma que esto no debe verse como un caso aislado del poder de Jesús, y citando las Escrituras, declara que Jesús “es la piedra que desecharon ustedes los constructores y que ha llegado a ser la piedra angular. De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hch 4:11-12). El santo nombre de Jesús debe ser reverenciado por encima de todos los demás nombres y solo Él es el cimiento sobre el que se construye nuestra salvación.
La imagen de la piedra angular aparece tanto en el Antiguo Testamento (Sal 118) como en el Nuevo (Mt 21; Hch 4). En el mundo antiguo, la elección de una piedra angular era fundamental para el éxito de una construcción. La longevidad de la estructura dependía de esta, ya que su posición soportaba el peso de lo que se acumulaba sobre dicha piedra y, en consecuencia, la piedra angular servía de referencia para angular y colocar correctamente todas las demás piedras. Las piedras eran “rechazadas” hasta que se encontraba una piedra angular digna.
Decir que una piedra rechazada por los constructores se ha convertido en la piedra angular es reconocer un poder superior a nosotros. Es una afirmación de que la sabiduría de Dios es más profunda y perspicaz que el juicio humano. La elección por parte de Dios de la piedra angular rechazada por los constructores significa que las normas de Dios son diferentes de las humanas. Lo que Dios considera esencial para la fuerza y la sostenibilidad de su creación supera con creces cualquier cosa que podamos ver sin la ayuda de la gracia de Dios.
Cuando Pedro dice que Jesús—el hombre rechazado, crucificado y resucitado de entre los muertos—es la piedra angular, está proclamando que las normas de Dios para la vida y la libertad humanas son radicalmente diferentes de cualquier cosa que pudiéramos conocer por nuestra propia experiencia. La humildad, no el orgullo arrogante, el servicio en lugar del egoísmo, y el amor que se vacía por el bien de los demás, son los cimientos sobre los que se construyen las vidas felices. La riqueza, el poder y la posición social son ilusorios; no pueden sostenernos a largo plazo.
Antes de su ordenación episcopal, se espera que cada obispo designado elija un lema, una frase corta que sirva de faro para su ministerio como obispo. El cardenal Joseph W. Tobin eligió “Alégrense en el Señor”; su predecesor, el arzobispo Daniel M. Buechlein, eligió “Busca el rostro del Señor.” Sus lemas se asociaron fácilmente a su ministerio como obispos y los reconocemos también en los títulos de sus respectivas columnas semanales en The Criterion.
Elegí “Cristo, la piedra angular” porque creo que todo lo que digo y hago como obispo debe fundamentarse en la persona de Jesucristo. Sin él, no puedo hacer nada, y a menos que mis palabras y mis acciones se fundamenten en él, no podré llevar a cabo la misión que se me confió en el momento de mi ordenación episcopal. Dado que “Cristo, la piedra angular” es el título de esta columna, cada semana recuerdo mi responsabilidad de fundamentar estas reflexiones en la persona y las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.
Durante este tiempo de Pascua, recordamos con alegría cuánto nos ama Dios. Su sabiduría es mayor que cualquier cosa que podamos imaginar, y su amor es más sustancial y más poderoso que cosa alguna que exista en la creación. Su decisión de construir la Iglesia sobre una piedra angular rechazada por los líderes religiosos y seculares de su época sirve como vívido recordatorio de que los caminos de Dios no son los nuestros, y que el juicio de Dios es infinitamente más fiable que el nuestro.
La lectura del Evangelio de este domingo (Jn 10:11-18) utiliza una imagen diferente pero igualmente poderosa:
Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10:11). En la época de Jesús, un pastor no era de los más destacados en cuanto a estatus político, económico o social; eran forasteros, gente “de las periferias,” como dice el Papa Francisco. El hecho de que Jesús se identifique de este modo sugiere una vez más una norma superior a la mera sabiduría humana.
Mientras seguimos celebrando esta temporada de Pascua, recordemos que, como fieles seguidores de Jesús, debemos reconocer que la sabiduría de Dios supera con creces cualquier cosa que se nos ocurra por nuestra cuenta. †