Cristo, la piedra angular
Vivir en el Espíritu y llevar la luz de Cristo al mundo
“Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rom 5:5).
Este fin de semana celebramos el Domingo de Pentecostés. Esta fiesta solemne es la culminación del tiempo pascual y el aniversario del nacimiento de la Iglesia.
El domingo de Pentecostés conmemora el día en que los Apóstoles se transformaron de tímidos espectadores escondidos a puertas cerradas en audaces y valientes testigos de la Resurrección. Aquel día, el Espíritu Santo apareció bajo los signos sacramentales del viento y el fuego para insuflar nueva vida a los discípulos y encender la llama en sus corazones.
Como leeremos en los Hechos de los Apóstoles:
Cuando llegó el día de Pentecostés, todos ellos estaban juntos y en el mismo lugar. De repente, un estruendo como de un fuerte viento vino del cielo, y sopló y llenó toda la casa donde se encontraban. Entonces aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y fueron a posarse sobre cada uno de ellos. Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu los llevaba a expresarse. (Hch 2:1-4)
“Pentecostés” es una fiesta judía de la cosecha también llamada Shavu’ot, o Fiesta de las Semanas, que se celebra 50 días después de la Pascua judía. En tiempos de Jesús, la Fiesta de las Semanas atraía a Jerusalén a miles de peregrinos procedentes de diversas regiones del mundo. Hoy en día, los judíos fieles encienden velas y se abstienen de trabajar (como en el sabbat) para celebrar Shavu’ot. También decoran sus sinagogas con flores y plantas para recordar los orígenes agrícolas de la fiesta.
La Sagrada Escritura nos dice que fue en este día santo cuando la Iglesia de Jesucristo recibió el poder del Espíritu Santo para llevar a cabo la gran misión que le encomendó nuestro Señor a los discípulos al momento de su ascensión al cielo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mc 16:15).
Y 2,000 años después, sabemos que lo que logró este pequeño grupo de hombres y mujeres ordinarios “juntos y en el mismo lugar” (Hch 2:1) “a puerta cerrada [...], por miedo a los judíos” (Jn 20:19 ) solamente fue posible por un milagro de la gracia de Dios.
El Espíritu Santo derramó en los corazones de los discípulos un amor tan fuerte que fue capaz de superar cualquier obstáculo, incluida la muerte. Mediante los múltiples dones del Espíritu los discípulos misioneros recién comisionados por el Señor pudieron difundir gradualmente la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo por todos los rincones del mundo.
A través de las “lenguas de fuego,” el Espíritu Santo de Dios capacitó a los discípulos para hablar con una sola voz y comunicarse con claridad y poder persuasivo a gentes de lenguas y culturas muy diversas.
El primer Pentecostés cristiano permitió que la Verdad que es la Palabra de Dios penetrara en las mentes y los corazones de los miles de peregrinos reunidos en Jerusalén para la Fiesta de las Semanas. Y a partir de ahí, durante los últimos dos milenios, muchos millones de hombres, mujeres, niños y niñas han llegado a conocer, amar y servir a nuestro Señor Jesucristo a través de la presencia y el poder del Espíritu Santo.
A pesar de lo sorprendente que fue, la obra milagrosa iniciada en Pentecostés dista mucho de estar finalizada. La Gran Obra sigue siendo una tarea que todo seguidor bautizado en Jesucristo debe llevar a cabo. Pero, al igual que los primeros discípulos, para tener éxito necesitamos los dones del Espíritu Santo; para superar los numerosos obstáculos que se nos presentan, debemos hablar con confianza y esperanza. Tenemos que proclamar con audacia y valentía que el Señor ha resucitado y que está con nosotros siempre hasta el final de los tiempos.
Cuando Cristo resucitado se apareció a sus discípulos “la noche de ese mismo día, el primero de la semana [...] les dijo: ‘La paz sea con ustedes. Así como el Padre me envió, también yo los envío a ustedes.’ Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les serán perdonados; y a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados’ ” (Jn 20:19-23).
De esta forma nació la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica, y que ha soportado las pruebas y adversidades de los últimos 2,000 años. Esta comunidad diversa de evangelizadores llenos del Espíritu continúa hasta el día de hoy en fiel servicio a la misión que Cristo nos ha confiado.
Ven, Espíritu Santo. Enciende nuestros corazones con el fuego del amor de Dios. Ayúdanos a desechar la indiferencia y el miedo. Fortalécenos con tus abundantes dones y enséñanos a ser fieles a nuestra vocación de discípulos misioneros de Jesucristo. †