Mensaje de Navidad del Arzobispo Charles C. Thompson
Queridos hermanas y hermanos en Cristo:
¡Saludos navideños de buena voluntad y alegría! Independientemente de la situación de cada uno en la vida, celebrar la encarnación de Dios hecho hombre en la persona de Jesucristo es un motivo de alegría. Nuestro Salvador nació en la pobreza terrenal para que pudiéramos cosechar las riquezas celestiales de la vida eterna.
El espíritu de la humanidad ha sufrido mucho durante este último año y seguimos esforzándonos por superar las dificultades de la COVID-19 en medio del aumento de la violencia, los problemas de salud mental, la polarización cada vez más acentuada, las preocupaciones humanitarias, el impacto de los desastres naturales y el malestar social en todo el país, así como en el mundo entero. Muchos siguen luchando contra los problemas de salud, económicos, de vivienda y de justicia. En todas estas cuestiones y preocupaciones subyace nuestra necesidad de encontrar sentido, propósito y pertenencia.
La Navidad nos recuerda que nuestras hambres, sedes, deseos y necesidades más profundas son satisfechas en definitiva por la gracia, la misericordia y el amor divinos. La celebración de la Navidad destaca la forma en que Dios brinda a la humanidad aquello que está más allá de lo que puede satisfacer el mundo. Al fin y al cabo, es el Creador y no los seres o las cosas creadas quien hace posible nuestra salvación. El acontecimiento de la Navidad, el nacimiento de Jesucristo, implica nada menos que el ser supremo de toda la creación irrumpió en el mundo terrenal de un modo que superó la imaginación y la invención humanas. En la persona de Jesucristo, Dios se ha convertido en uno de nosotros en todo, excepto en el pecado. Se hizo hombre para que nada nos impidiera reconciliarnos con Él y entre nosotros.
El mundo actual no es completamente distinto al de la primera Navidad, cuando Jesús nació de María y José en el humilde entorno de un pesebre en forma de cueva. En aquella época, la humanidad estaba asolada por el azote de la guerra, la insurrección y la injusticia, que a menudo provocaban que los más vulnerables cayeran en una mayor pobreza y buscaran refugio desesperadamente. Únicamente al reconocer a plenitud el lado abyecto de nuestra condición humana somos capaces de valorar verdaderamente el don de la salvación que nos ofrece la venida de Emmanuel, nombre que significa “Dios está con nosotros.” ¡Jesús es Emmanuel, nuestra esperanza y salvación! En Él, somos capaces de levantarnos del peso apremiante de la desesperación, el miedo, la culpa, la vergüenza y la amargura. Llegar a un encuentro personal con Él es revertir el curso de la creciente polarización e individualismo radical de la verdad subjetiva y mirar a Jesucristo como el Camino, la Verdad y la Vida de todo lo que es bueno, bello y santo.
Por lo tanto, independientemente de los desafíos o dificultades que podamos enfrentar, todo hombre, mujer y niño tiene motivos para alegrarse en Jesucristo. En Él, el amor prevalece sobre el odio, la esperanza es eterna y la fe no defrauda. Rezo para que todas y cada una de las almas experimenten la paz y la ternura de la misericordia divina al celebrar el cumpleaños de nuestro Salvador, Jesucristo, teniendo en cuenta que lo mejor está aún por venir.
¡Buena Navidad!
Arzobispo Charles C. Thompson