El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Asumamos el papel que nos corresponde en la creación de un mundo más justo y pacífico
Como en años anteriores, el papa Francisco comenzó este nuevo año haciendo un llamamiento urgente a la paz.
Nuestro mundo no conoce la verdadera paz. Somos pueblos divididos internamente, así como también externamente entre las diversas naciones y culturas. Tal como predijo el Santo Padre en medio de la crisis económica, social y de salud que provocó la COVID-19 en todo el mundo, no hemos salido de la pandemia intactos.
En su mensaje para la 56.ª Jornada Mundial de la Paz el 1 de enero:
No podemos olvidar cómo la pandemia tocó la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Amenazó la seguridad laboral de muchos y agravó la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres. Pensemos, por ejemplo, en los millones de trabajadores informales de muchas partes del mundo, a los que se dejó sin empleo y sin ningún apoyo durante todo el confinamiento.
La pandemia no fue la causa de nuestros problemas más graves, pero “los sacó a relucir,” al igual que las “contradicciones y desigualdades” que ya existían.
Los retos a los que nos enfrentamos como individuos, comunidades y naciones se remontan a los pecados del egoísmo, la avaricia y la indiferencia que han asolado a la humanidad desde los albores del tiempo. Nos negamos a reconocer que somos miembros de una familia humana cuyo padre es Dios y, en consecuencia, nos empeñamos en hacer las cosas a nuestra manera sin tener en cuenta las necesidades de los demás. Insistimos en que nuestra familia, nuestra comunidad o nuestra nación tienen todas las respuestas a las preguntas de la vida. Cerramos la mente y el corazón a las ideas, las tradiciones y los valores de quienes nos resultan ajenos, y nos resistimos a todo esfuerzo por reconciliar nuestras diferencias y construir una paz duradera.
El papa Francisco sostiene que es imposible lograr la paz auténtica si tenemos el corazón endurecido y la mente cerrada. El resultado inevitable es la “amargura” y el desaliento que hace perder la esperanza. Tal como expresa el Sumo Pontífice:
Rara vez los individuos y la sociedad avanzan en situaciones que generan tal sentimiento de derrota y amargura; pues esto debilita los esfuerzos dedicados a la paz y provoca conflictos sociales, frustración y violencia de todo tipo. En este sentido, la pandemia parece haber sacudido incluso las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias.
El conflicto no es positivo; enfrenta a las personas entre sí y dificulta, cuando no imposibilita, el diálogo productivo. Para construir el tipo de paz duradera, debemos estar dispuestos a escucharnos unos a otros, respetar nuestras diferencias y, de ser necesario, a estar de acuerdo en discrepar sin rencores ni resentimientos.
Desde la perspectiva del Santo Padre, las dificultades que hemos sufrido en los últimos años han hecho que desarrollemos “una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra ‘juntos’ en el centro.”
Como sostenía apasionadamente el Papa en su encíclica “Fratelli Tutti: Sobre la fraternidad y la amistad social” únicamente en unidad, en fraternidad y solidaridad, podremos construir la paz, aseguramos la justicia y superar las mayores catástrofes.
En opinión del papa Francisco, la historia reciente nos demuestra que «las respuestas más eficaces a la pandemia han sido aquellas en las que grupos sociales, instituciones públicas y privadas y organizaciones internacionales se unieron para hacer frente al desafío, dejando de lado intereses particulares. Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales».
Los retos a los que nos enfrentamos en este y en cada nuevo año son restaurar el sentido de hermandad y de fraternidad entre nosotros. Tal como nos enseña el Santo Padre:
Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común.
Nadie puede salvarse solo, asegura el Papa. Nos necesitamos mutuamente para florecer y crecer como individuos y sociedades.
Al comenzar este nuevo año, tomemos a pecho las palabras del papa Francisco y creemos “las bases para un mundo más justo y pacífico.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †