El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Francisco Javier y Teodora Guérin fueron evangelizadores apasionados y llenos del Espíritu
A principios de este año, el Papa Francisco aprovechó su audiencia general semanal de los miércoles para ofrecer sus reflexiones sobre la labor misionera de la Iglesia, destacando a varias de las mujeres y hombres santos que han predicado el Evangelio con extraordinario celo apostólico.
El 17 de mayo el Santo Padre eligió a uno de los santos patronos de la Arquidiócesis de Indianápolis, san Francisco Javier, para ilustrar lo que entiende por “modelo ejemplar de celo apostólico.”
Tal como nos lo explica el Santo Padre: “San Francisco Javier nace de una familia noble pero empobrecida de Navarra, en el norte de España, en 1506. Va a estudiar a París―es un joven de mundo, inteligente, capaz―. Allí encuentra a Ignacio de Loyola que le da ejercicios espirituales y le cambia la vida. Y deja toda su carrera mundana para hacerse misionero. Se hace jesuita, toma sus votos. Luego se convierte en sacerdote, y va a evangelizar, enviado a Oriente. En aquella época los viajes de los misioneros a Oriente … era enviarlos a mundos desconocidos. Y él va, porque estaba lleno de celo apostólico.”
Estar “lleno de celo apostólico” es estar imbuido de la gracia del Espíritu Santo y sentirse impulsado a compartir la Buena Nueva de Jesucristo como hicieron los Apóstoles.
El Papa Francisco se refiere con frecuencia a los que están llamados a ser discípulos misioneros como “evangelizadores llenos del Espíritu.” De hecho, se trata de una llamada que cada uno de nosotros recibimos en el momento de nuestro bautismo, pero los más de 2,000 años de historia de la Iglesia nos han demostrado que algunos hombres y mujeres entre nosotros han recibido una llamada especial (o “carisma”) que les impulsa a viajar a lo largo y ancho del mundo para difundir el Evangelio.
Dado que él mismo es jesuita, es comprensible que nuestro Santo Padre nos llame la atención sobre Francisco Javier como discípulo misionero modelo.
“Hoy, por ejemplo, elegimos a san Francisco Javier, que es considerado, dicen algunos, como el más grande misionero de los tiempos modernos”—apunta el Papa—. “Pero no se puede decir quién es el más grande, quién es el más pequeño. … Hay tantos misioneros ocultos, que incluso hoy, hacen mucho más que san Francisco Javier. Y Javier es el patrón de las misiones, como santa Teresa del Niño Jesús.” En realidad, cada uno de nosotros está llamado a ser un “misionero oculto,” al menos en el sentido de que debemos llevar el mensaje allá donde vayamos —cerca o lejos— y no somos necesariamente reconocidos por nuestro ministerio evangelizador.
Lo que hizo que Francisco Javier se destacara fue su espíritu inquieto, que se negaba a conformarse con el statu quo. Como señala el Santo Padre, no fueron pocas las dificultades que entrañó el viaje al lejano oriente—India, Japón y casi hasta China—para presentar la persona de Jesucristo a gentes y culturas que nunca lo habían conocido.
“Los viajes en nave en aquella época eran durísimos, y peligrosos”—comenta el Santo Padre—. “Muchos morían en el viaje por naufragios o enfermedades. Hoy desgraciadamente mueren porque les dejamos morir en el Mediterráneo. … Javier pasa en las naves más de tres años y medio, un tercio de la duración de su misión.” Y, sin embargo, misioneros como Javier se negaron a que las dificultades les impidieran ejercer su celo misionero.
Anne-Thérèse Guérin (1798-1856), nuestra copatrona de la Arquidiócesis de Indianápolis, ingresó en la vida religiosa en su Francia natal a la edad de 25 años, después de haber cuidado de su madre viuda y su familia durante 10 años.
Varios años más tarde lideró un grupo de cinco hermanas en un tumultuoso viaje desde Francia. Una travesía que la llevó a cruzar el Océano Atlántico en un barco de vapor y proseguir su viaje en ferrocarril, barco de canal y diligencia, solo para descubrir que su destino no era un pueblo sino una cabaña de troncos en los bosques de la región Occidental de Indiana.
Una vez allí, se enfrentó a un anticatolicismo hostil, al hambre y las privaciones, y una indigencia casi completa como resultado de un incendio que destruyó la cosecha de la comunidad.
A pesar de todo, la Madre Teodora (como se la conocía entonces) perseveró. Bajo su liderazgo florecieron las Hermanas de la Providencia en Estados Unidos, educando a miles de niños en Indiana y el Oeste Medio.
San Francisco Javier y la Madre Teodora Guérin (santa Teodora) nos muestran cómo tomarnos en serio la llamada que todos hemos recibido a ser evangelizadores llenos del Espíritu. Como nos enseña el Papa Francisco: “salir de la patria para predicar el Evangelio [...] es el celo apostólico.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †